Setenta y cinco minutos dan para mucho si se aprovechan bien. Y Louis Garrel, aventajado discípulo del François Truffaut que no envejece ni a tiros, capaz de convertir las cosas (aparentemente) más livianas de la vida en cargas de profundidad (indudablemente) lúcidas. Un hombre fiel se atreve a reformular conceptos que parecían extraviados en los pliegues del cine francés para darles un barniz de modernidad sin impostar. La historia, mínima: un protagonista más bien endeble en asuntos sentimentales se mueve como pez fuera del agua entre un amor que se fue pero vuelve, una historia de pieles en flor que le deja más confuso de lo que ya estaba y, para atar la faena, un curioso trasvase de sospechas y ausencias con un niño huérfano con el que quizá se identifique en muchas losas, y que al final será una especie de detonante catártico que cierre un círculo precioso.

Narrada con voces en off que se cruzan sin artificios colocando cada punto de vista en su sitio, desprovista de ínfulas estéticas que hagan perder naturalidad a la propuesta e identificada con unos intérpretes que dan la cara casi como si estuvieran improvisando, Un hombre fiel propone (sin ambiciones reflexivas) sin chácharas ni moralismo una comedia dramática o un drama cómico con mujeres que hacen elecciones equivocadas o descubren erecciones fallidas, sentimientos de culpa que nunca llega a ser tóxica y confusiones amorosas teñidas de nostalgia y/o impotencia. Al fondo, el paso del tiempo sin que te des cuenta y que va minando a ese hombre fiel, despistadamente honesto y sin lloriqueos victimistas que ama, espera, entiende, se va. Vuelve.