Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Una inyección de cloruro sódico

Marcos Ariel Hourmann acongoja sobre la escena con una peripecia de amor y destrucción

"Celebraré mi muerte", dicen sus productores, es teatro documental. Porque cuenta sobre la escena un hecho real que, usualmente, explica el presente de una u otra manera. Cuando yo estudiaba, me explicaron lo que era el "teatro de circunstancias", es decir, un espectáculo para un contexto determinado (los nacionales malvados, los republicanos salvajes y sin corazón que se cargan el sistema, mayormente).

"Celebraré mi muerte" nace de un hecho real -una inyección mortal de cloruro sódico para una mujer anciana rota por el dolor-. Lo cuenta su protagonista, la realidad se hace teatro y el teatro representa la vida, un juego que hubiera vuelto loco a Luigi Pirandello, a Alfonso Sastre y hasta a Miguel de Cervantes. Hourmann cuenta que es el primer médico condenado por aplicar la eutanasia a una moribunda. Acongoja. Reconcome a los espectadores que le escuchan: el hombre que quitó la vida a una mujer que no quería seguir viviendo.

El dolor se puede evitar, defiende. Y todos los espectadores suspiran por dentro (el dolor es transnacional). Hourmann dice que no es actor, pero miente. Lo es. Y grande. Cuenta su vida propia como si fuera ficción. La verdad es más inverosímil de lo que uno se piensa (por eso los vídeos que acompañan el relato terrible son imprescindibles). Joseph Roth escribió "Confesión de un asesino": una noche de muerte para explicar la vida. Hourmann reduce la congoja a una hora solamente, pero no la elimina: consigue la catarsis de los espectadores: el dolor es mejor cuando se puede evitar.

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