Tino Pertierra

Solo ante el peligro

Cualquier parecido de "Aguas oscuras" con las películas que dieron lustre a Todd Haynes ("Velvet Goldmine", "Lejos del cielo"o "Carol", intensas y de extraordinaria delicadeza visual) es pura coincidencia. Aquí no se trata de imprimir un estilo personal sino de aplicar una técnica de manual para facturar en un encargo visualmente sólido y aséptico que dedica toda su artillería pesada (y muy prensada) a lanzar un mensaje de denuncia contra las tóxicas maniobras de las grandes empresas químicas que envenenan la salud pública, en este caso con el teflón en el punto de (m)ira. Un material que nos conocemos al dedillo gracias no solo al cine sino a la televisión: abogados abnegados que plantan cara a los gigantes industriales para que indemnicen a las víctimas de los desmanes y corrijan sus malas prácticas. Basada en un trabajo periodístico que avala la veracidad de sus acusaciones, "Aguas oscuras" luce un reparto bien fraguado: el siempre excelente Mark Ruffalo al frente, arropado por Tim Robbins como mentor de traje impoluto y firmes convicciones profesionales, una Anne Hathaway a la que se permite un mayor lucimiento emocional y un puñado de secundarios de probada solvencia. Haynes se ajusta a una narración sin grandes sobresaltos en la que apenas hay concesiones de cara a la galería (un plano subjetivo de una vaca loca bastante chocante e inoportuno) y abandona la calidez e intensidad de sus mejores películas para refugiarse en un distanciamiento que hiela la pantalla e impide empatizar con sus personajes. Si su intención es merodear el estilo documental, falta mucha más enjundia argumental porque hay demasiadas cuestiones legales y científicas que se quedan en meros esbozos. Y si lo que pretendía era alejarse de sus señas de identidad previas para demostrar que puede ser un realizador tan cumplidor y eficiente (dócil, en resumen) como el Francis Coppola de "Legítima defensa" o el Steven Soderbergh de "Erin Brockovich", el resultado no puede ser más aguado y convencional.

Con un prólogo que recuerda la inquietud del "Tiburón" de Spielberg (la amenaza oscura que aguarda en unas aguas aparentemente inofensivas a unos bañistas despreocupados), la obra de Haynes tiene sus mejores momentos en la meticulosa exhibición de tozudez profesional del abogado de éxito que apuesta por un caso que se toma como algo personal (sus raíces se lo reclaman) ante la indiferencia o la oposición de sus colegas, y logra su mayor carga de profundidad cuanto entra en escena el granjero que entierra cientos de vacas muertas y lucha contra el gigante que ha destruido su vida a sabiendas de que el veneno ya anida en su cuerpo.

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