Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Burns y anagnórisis

El Palacio Valdés abre el centenario con lo penúltimo de Denise Despeyroux

En "Canción para volver a casa", la obra cuya versión en español se presentó antes de anoche en el teatro Palacio Valdés, hay muchas cosas: un dramaturgo escocés con ínfulas de Thomas Pynchon, una cena de cumpleaños en honor al poeta dieciochesco Robert Burns con descuartizamiento de verdura incluida, una compañía de exactrices en busca de la vida que se ha ido y que ya no volverá: el tiempo pasa y no perdona, que diría Juan Gabriel. Y también hay una anagnórisis (reconocimiento, vuelco de la peripecia, Aristóteles mediante) de difícil convicción. Todo bajo el amparo de una comedia de confusiones por decreto autoral y sólo por decreto autoral. O sea, que la confusión existe porque lo ha decidido la dramaturga después de haber visto a un presentador de un telediario demasiado preocupado por el mundo de la cultura, por la desaparición del escritor fantasma. Y, además, un hipnotista. Todo eso junto. Y también los versos de la "Oda al haggis" o de la de los amigos y la tierra que ama el poeta principal del mitología escocesa, que Escocia es el país que celebra la literatura con una cena familiar todos los 25 de enero. Escocia mola, pero eso es otro cantar.

Despeyroux tiene el virtuosismo de comenzar su obra de teatro como una novela -con narradora y todo, que es la única figura que el teatro regular no acepta porque el espectador cree sólo en lo que sucede ante sus ojos-, la desarrolla por el camino más naturalista posible y, cuando aparece el hipnotista, todo tiene más que ver con el tebeo y el melodrama por entregas que con la realidad, que la realidad es un cuento. Eso es lo que ofrece la creadora de "La realidad", uno de sus títulos más conspicuos. Rita le dice a Renata: "¿No ves que no ves?" La cuestión redonda para la posición estética de Despeyroux cuando es dramaturga. Cuando es directora de escena no, que ahí se demora mucho mucho. Que la directora elige el camino más largo de las palabras a los hechos, que exige espectadores a muerte, que los tuvo, que la aplaudieron sobremanera cuando devolvió a sus criaturas al realismo (la terraza del bar de Pepe). Otra cosa es lo que viene después del reconocimiento (el giro final, de nuevo, por decisión de la autora). Las cuatro actrices se vuelcan en el espectáculo, sobremanera Ágata Roca, que tiene el personaje más cínico, más divertido y más triste?. Todo después de una cena de entrañas de tres mujeres que fueron un día realidad y el tiempo las transformó en fantasmagoría, como el espacio escénico de Alejandro Andújar envuelto desde el primer minuto por las piezas musicales desorbitantes de Pablo Despeyroux.

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