Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Los monstruos no son obligatorios

"Dios no mira lo que hacemos: Tiene la cara vuelta". Esto lo dice Lucero "que otras veces se llama Séptimo Miau" y al que, antes de anoche, en el Centro Niemeyer de Avilés, le dio vida Alberto Berzal, que no hace demasiado tenía cara mística saliendo en "Hécuba", en el mismo escenario avilesino, aunque visto desde la plaza abierta a los hombres de todo el mundo (que, por las noches, cierra), un espectáculo que dio forma José Carlos Plaza, el mismo de ahora, con "Divinas palabras", en principio, uno de los grandes de la escena española desde hace ni se sabe.

Lucero sentencia en tres frases todo lo que sucede en "Divinas palabras": que no hay corazón, ni alma cuando falta raciocinio. Valle-Inclán le dio la vuelta a la realidad y de esa operación sacó el mundo del revés, el de "Stranger things", pero también el de Goya con más mala leche.

"Divinas palabras" es un espectáculo que hay que ver una vez en la vida (o, al menos, participar de él en ese mismo período de tiempo). Porque la brutalidad no es cosa que suceda lejos de casa, que la muerte de Laureaniño tiene mucho que ver con la de María Luisa Blanco en Vallobín, en 2009. Y entre una y otra hay noventa años de separación.

Valle da puñetazos en el hígado de los lectores y Plaza lleva esos golpes a los espectadores: el dolor se siente cuando Pedro Gailo quiere matar a su esposa que quiere ser libre, cuando Poca Pena quiere dar de comer a su bebé y todo es pobreza y sólo pobreza. Plaza mueve a los actores para que den vida a los salvajes de Viana do Prior y lo hacen con alarde de exuberancia y desbordamiento.

Todo sobre una escena montada con la iluminación perfecta y con los telones de Paco Leal que son polisignificativos, que llevan al respetable a ferias, a la iglesia, al mundo del sueño. María Isasi, como Mari-Gaila, conmueve a los espectadores en su búsqueda de la libertad porque los monstruos no son obligatorios: ese es el respiro final.

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