Tino Pertierra

Casanova en los inviernos

El cazador, cazado. El seductor, seducido. El sexo es secundario, el amor impone su ley. Y su tristeza: corazones y caparazones rotos cuando hay un no por respuesta. El Casanova exuberante y depredador de otras ocasiones se convierte aquí en un manso, apagado y sufrido enamorado que vivió durante su estancia en Londres una historia de sentimientos malheridos con la cortesana Marianne de Charpillon. No es, ni de lejos, el Casanova irresistible y carismático que hemos visto otras veces en la pantalla. Aquí, Benoît Jacquot, un cineasta tan pulcro como impersonal, degrada los colores y los calores para que contemplemos al seductor en los inviernos de sus días, cuando la hiel sustituye a la piel y una tenaz y parsimoniosa atmósfera crepuscular se apodera de todo. De sus gestos, de sus miradas, de sus andares. De su aliento.

Vincent Lindon se aplica con oficio a la deconstrucción del personaje con lánguidas maneras, atrapado por las ridiculeces de los pelucones y sin que su legendario carisma salga a relucir. El empeño del director por aplicar paños fríos con un estilo escueto y de austeridad brumosa impide involucrarse en la historia: sí, Casanova se enamora de una mujer que no le corresponde,y eso le atormenta y desorienta, pero en la pantalla ese planteamiento nunca llega a cristalizar de forma convincente. De tanto humanizar al personaje para separarlo de los tópicos habituales que lo acompañan, lo dejan sin vida porque en el proceso se han olvidado de argumentar su fracaso y pasa a ser un títere sin cabeza.

La supuesta fascinación que siente por Marianne no aparece, no solo por la interpretación tirando a sosa de Stacy Martin sino por la simpleza con la que está escrito el personaje. Los vaivenes del guión se agravan al final, quizá por algún corte de más en el montaje, y cuando la película parece que levanta algo el vuelo en su énfasis dramático y empezamos a detectar alguna razón de la que fiarse en los comportamientos erráticos de la pareja, Jacquot guarda la claqueta y la película se acaba sin más, enclaustrando al conquistador en una decrepitud que no importa a nadie.

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