El erizo azul pierde la partida

No tienen suerte los videojuegos con el cine. Se pueden contar con los dedos de una mano los títulos que se salvan de la quema. Y puede que sobren. Sonic no está entre ellos. Dirigida única y exclusivamente a niños menores de diez años poco exigentes (los adultos que no respondan a impulsos nostálgicos deben ir mentalizados de que se van a aburrir bastante), la película de Jeff Fowler sobre el erizo espídico confunde sencillez con simpleza, recurre a unos efectos especiales que dejan mucho que desear en lo que a integración con el entorno se refiere y se limita a acumular en su metraje ideas manidas de otras películas.

El delirio habitual de Jim Carrey es lo más potable y desaforado de una cinta que no aprovecha como debiera el toque levemente gamberro y supersónico del erizo azul (al que se le saca muy poco partido en sus virtudes corredoras), y que, por contra, invierte demasiado tiempo en las zonas más dulzonas de la historia. Los problemas de rediseño que sufrió el personaje demuestran la poca consistencia del proyecto.

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