Alberto Menéndez

Desgraciado protagonismo

El injusto desasosiego de los mayores de Grado

Ya son más de 25.000 los ciudadanos afectados por el coronavirus en España, de ellos, alrededor de 500 en Asturias. El número de muertos supera los 1.300, ocho en el Principado. Estas son las grandes cifras de una pandemia que está desarbolando un presunto modelo avanzado de sociedad y de economía. Estos son los grandes números del desastre, pero la tragedia se muestra en toda su crudeza, es más palpable, cuando nos adentramos en lo concreto, nos fijamos en los afectados de todo tipo, pero fundamentalmente en los más vulnerables al COVID-19, en las personas mayores.

Por supuesto que los datos son fundamentales a la hora de hacer balance de la situación y de diseñar la mejor estrategia para intentar contener el avance de la enfermedad. Sobre todo cuando el problema se ve fríamente, desde la lejanía de un confinamiento fastidioso, incómodo, pero obligado a la vez que necesario. La cosa, evidentemente, cambia cuando alguien se ve afectado directa o indirectamente por el coronavirus.

Así sucede en estos momentos en Grado, en cuya residencia de ancianos ya han fallecido dos personas, una mujer de 96 años y un hombre de 79. Hay en este geriátrico hasta 70 infectados entre residentes, 53, y profesionales sanitarios, 13. Números y más números, no hay otro remedio que exponerlos pero, sobre todo, historias, muchas historias de personas del concejo moscón, la mayoría, si no todas, muy conocidas y que para sus familiares, amigos y vecinos son más que una simple estadística, son sus propias crónicas, recuerdos de años de relaciones con los ya fallecidos, o con los ingresados en el HUCA, o con los que permanecen aislados en el propio geriátrico. Son las de unos y las de otros la vida de Grado.

De la noche a la mañana los mayores moscones han adquirido un desgraciado protagonismo no deseado. Eso sí, sus biografías siguen ahí, ¡con más fuerza si cabe!, como por ejemplo la de Estrella, una encantadora e inteligente mujer del pueblo de Moutas, que a sus 88 años, y obligada a permanecer recluida entre las cuatro paredes de su habitación en la residencia, se mostraba ayer animada y seguro que manteniendo su picarona sonrisa de siempre.

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