No se percibe color más allá del gris desapacible de una sospechosa soledad. La desgarradora intensidad del arco en la cuerda penetra hasta lo más hondo y deja un sabor de boca metálico. Desagradable. En este paisaje creado por Penderecki el intérprete desfila parejo al caos en una libertad de acción propia de otros tiempos y que ejercerá una influencia decisiva en el futuro. Treno a las víctimas de Hiroshima (1960) es música total, actual, libre y transmisora de experiencia y conocimiento. Esencial, y más en estos tiempos. Es, en palabras del propio compositor: periodismo.
En la abrumadora, urgente y trágica actualidad de la que somos cautivos espectadores estos días, uno tiene la incómoda sensación de disponer del tiempo pero no de la capacidad de asimilación de lo que ocurre a nuestro alrededor. Es difícil discernir a través de la oscuridad de esta pandemia que todo lo envuelve y empuja a un segundo plano. A una sala de espera que almacena, de manera incierta, temas señalados como no esenciales pero, a la vez, referidos cada día y en cada momento. La música es uno de ellos. La dolorosa incertidumbre del hoy y del mañana a este lado del telón. Y del otro también.
La desaparición de Krzysztof Penderecki y los valores por él representados deben hacernos reflexionar sobre el compromiso adquirido por las Artes en nuestra sociedad contemporánea. No solo como bálsamo gratuito, ocasional y anecdótico sino, más importante, como inversión de presente y futuro, legado y marca indeleble de empatía, civismo, imaginación y creatividad.