Cosme Marina

Un músico esencial

El compositor polaco mantuvo una estrecha vinculación con Oviedo y Asturias durante dos décadas

Tras un largo combate contra la enfermedad, ha muerto en Cracovia, uno de los grandes nombres de la música de nuestro tiempo, un compositor esencial, celebrado en todo el mundo y cuya música forma ya parte del patrimonio cultural de la humanidad.

Krzysztof Penderecki, nacido en 1933, fue un músico integral y, además de compositor, un muy dotado director de orquesta. De hecho, ejerció como tal con las mejores formaciones del mundo, ofreciendo programas muy interesantes en los que gustaba de alternar obra suya con algunos de los más conocidos representantes del romanticismo y postromanticismo centroeuropeo sobre los que era capaz de aportar una mirada personal, desprejuiciada, que daba luz nueva a obras muy conocidas por el gran público.

Su legado compositivo fue experimentando una evolución constante, desde sus primeras obras, totalmente insertas en una vanguardia militante hasta un lenguaje armónico más tradicional en las últimas décadas. Un interesante camino el suyo que no todos entendieron plenamente pero que ha proporcionado a su discurso musical una personalidad única y muy trascendente y del que estaba plenamente convencido. Su primer gran éxito internacional llegaría con el "Treno por las víctimas de Hiroshima" o la muy interesante "La Pasión según San Lucas". También su producción sinfónica es copiosa y significativa, al igual que la música coral. Obras como el "Réquiem polaco", conciertos para instrumentos solista y orquesta, su ópera "Los Demonios de Loudun" redondean un legado esencial que el tiempo irá, sin duda, reubicando en el repertorio con mayor énfasis. El cine también acudió a su música, en películas como "El resplandor" o "El exorcista".

Precisamente fue en Oviedo donde el Penderecki acabó de escribir su "Octava sinfonía" en una de sus numerosas visitas a la ciudad. Desde que obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2001 su vinculación con la ciudad y con el Principado fue continua. Se estableció una relación intensa y fluida que lo llevó a convertirse en principal director invitado de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) y en director honorario de los Coros de la Fundación Princesa de Asturias, honor que compartía con el también fallecido Jesús López Cobos. Fruto de esa relación se fraguaron numerosos conciertos con la OSPA, que permitieron al público asturiano tener la suerte de disfrutar de su música dirigida por él mismo ("El despertar de Jacob", "Resurrección" o su "Concierto para viola y orquesta", entre otras).

Tuve el privilegio de tratarle durante algunas de sus visitas a la regióin, haciendo algunas entrevistas que acaban convertidas en charlas muy interesantes en las que explicaba muy bien sus ideas musicales y su profunda y ética visión del mundo y de la cultura. Era un gran amante de la naturaleza y, de hecho, poseía un espectacular jardín de más de treinta hectáreas -él decía que plantar un buen jardín exigía un gran esfuerzo comparable al de escribir una sinfonía y, además, había que añadir la dedicación continua de ver su evolución-, y también contaba cosas de sus costumbres, como que durante décadas se levantaba a las cinco de la mañana para componer, con una capacidad de trabajo continua y metódica. Ojalá hoy, en tiempos difíciles (a él que sufrió la invasión nazi de su país, la Segunda Guerra Mundial y la dictadura comunista en la órbita soviética, no habría que explicarle mucho en este sentido), esa comunión suya entre la naturaleza y la música, esa unión trascendente y serena nos sirva de lección de futuro, de concordia y de encuentro, algo que él siempre propició con su vida y su obra.

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