Aute o el corazón de la creación

Los destellos de los diamantes que no se compran, los que más brillan. Todo ello es el patrimonio poético, musical y pictórico que nos deja Luis Eduardo Aute. Unas canciones que pretenden con fortuna ser brisa de suavidad. Un autor que mimó como nadie la creación en su estado más natural: el de la pureza. Un músico que nunca se guio por los cantos de sirena de la fama castrante, alejado de mercaderes, traficantes y egos ridículos de sala de estar, porque sabía que el pensamiento era estar siempre de paso.

La incomprensión de un latido, que no entendía el mundo, ni falta que le hacía. Un Creador global que sabía que el arte es una forma de utopía, que en un buen puñado de discos en los que no se plegó a las exigencias de la industria, tan inquisidoras en ocasiones. La música de Aute no se puede concebir sin la mujer, perfume de alevosía y lascivo óleo desnudo inacabado. El amor, el sentimiento, era para él, la brújula para navegar en el mundo, búsqueda, siempre búsqueda; la certeza infranqueable de la palabra al alba. También, la ternura, como sostenía uno de sus maestros, Jacques Brel, al que dedicó una de sus mejores canciones al piano para reconocer que "lo malo es esta noche de eterna soledad". Las películas, los poemas, los cuadros, las canciones, igual que el arte de ponerse un sombrero. Dejamos un café a medias en las terrazas del París de los pintores y poetas para apreciar al corazón que no se rinde, que sabe que vivir es resucitar muchas veces. En este adiós a Luis Eduardo Aute, queda la música, por supuesto. El acorde imprescindible para vivir, un beso garabateado del cielo.

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