Más que nunca "Les Luthiers"

El grupo cómico argentino tiene que seguir adelante pese al fallecimiento de Marcos Mundstock

Voy a decir algo que no va a gustar a estos señores: la primera vez que los vi fui obligado. Sin ninguna gana. Soy madrugador, y después de cenar no estoy para nada. Me alegré porque no quedaban entradas, pero alguien lo arregló con el taquillero, y aparecieron unas butacas. Hay días sin suerte.

Hace muchos años de aquella noche en el Teatro Coliseo, pero la imagen permanece como si hubiese sido ayer. Se apagaron las luces, y en el escenario, bajo los focos, aparecieron cinco caballeros vestidos con esmoquin. Uno de ellos llevaba una carpeta roja. Es el primer recuerdo. El segundo fue que volví la noche siguiente.

El de la carpeta era una especie de "conduttore". Entre canción y canción -todas llenas de absoluto ingenio y buena música- aquel hombre leía unos papeles con una voz varonil, asombrosa, que le nacía del fondo y, algo que está desapareciendo, una dicción perfecta. Pero además maniobraba con las palabras y las ideas con la soltura de un tahúr en una timba.

A los quince minutos yo había descubierto que aquellos tipos no solo eran buenos con la música, el humor culto y la elegancia con el vestir y el moverse; también con la crítica inteligente, divertida y respetuosa, algo escaso. Ello les permitía satirizar cualquier tema, por delicado que fuere: la patria, los himnos, el ejército, la cultura, la política... Además creaban instrumentos de viento con una manguera y un embudo, o de cuerda con una lata de jamón cocido. Constructores de instrumentos. Luthiers raros.

En casa todos nos hicimos seguidores. No hay vez que no actúen en España que no nos plantemos allí. Si es en Asturias, el problema no es grave. Pero la cosa cambia si lo hacen fuera. Peajes, entradas, hotel, cenas, cañas... Las consecuencias son un mes a base de arroz blanco con huevo. "¿Pero no hay ni siquiera para una gamba?". "No, en la vida no se puede tener todo". Así desde hace muchos años.

Marcos Mundstock, que así se llamaba el "speaker", ha fallecido días atrás, que es lo que nos sucede a todos los que hemos tenido la increíble suerte de nacer. Y la pérdida de personas queridas, o admiradas, no es un buen trago. Hace poco le tocó dar el salto a Daniel Ravinovich. En 1973, a Gerardo Masana. En realidad, solo fallecieron sus cuerpos, que es lo que les pasa a las personas que entran en la inmortalidad. Otros vinieron en su lugar. Por supuesto, con personalidad diferente. Es ese proceso natural llamado metamorfosis gracias al cual "Les Luthiers" seguirán adelante. Y ahora, en este tiempo de visceralidad, de enfrentamientos, de ceguera, los necesitamos más que nunca. Nos hacen falta para que nos refresquen la importancia de la inteligencia, de la crítica educada, del humor de altura, de la tolerancia. Además estos señores son el nexo de los castellanoparlantes -con los hermanos portugueses y brasileros, que para eso falan galego-, que formamos el gran país de los latinos, que tanta falta nos hace fortalecer porque, estarán ustedes conmigo, un ovetense en Buenos Aires -esa gran ciudad europea- está en casa, entre los suyos. Hace tiempo estuve en Helsinki, Unión Europea, y eran todos vikingos, y para hablar en lugar de vocales usaban jotas con diéresis. Nunca me pasó algo así cada vez que me senté en la terraza de La Biela, el famoso café-restaurante de raíz asturiana, en La Recoleta.

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