L'abbé Breuil

Semblanza del sacerdote y científico que realizó grandes aportaciones sobre las cuevas asturianas

LA NUEVA ESPAÑA ofrece, desde este fin de semana, un libro semanal sobre las cuevas de El Pindal, Candamo, Tito Bustillo, Llonín y La Covaciella, declaradas, hace doce años, Patrimonio de la Humanidad.

De la participación del sacerdote Hugo Obermaier en el descubrimiento de la cueva de La Peña de Candamo, así como en el de la de Coberizas, cerca de Posada de Llanes, y en la de Las Mestas, cerca de Las Regueras, ya se ocupó esta tribuna del periódico en diciembre de 2016.

Junto a Obermaier, hubo otro sacerdote, al que Asturias debe agradecerle el que haya arrojado una esclarecedora luz sobre su pasado prehistórico: l'abbé Breuil, quien, además de haber descubierto, con Hermilio Alcalde del Río, la cueva de La Loja, en Peñamellera Baja, fue coautor, con Alcalde del Río y el padre Lorenzo Sierra, de la magna obra "Les Cavernes de la Région Cantabrique", en la que se recogen y sintetizan los resultados de las investigaciones realizadas, antes de 1911, en las cuevas de El Pindal, Mazaculos, Quintanal y La Loja.

Henri Édouard Prosper Breuil nació el 28 de febrero de 1877, en la localidad francesa de Mortain, en La Manche. Fue uno de esos niños que aprendieron en el entorno familiar a clasificar insectos, minerales y fósiles, y se iniciaron pronto en la lectura de libros de historia y de arqueología.

En el colegio de los maristas, en el que ingresó con diez años de edad, se entusiasmaba con los relatos de exploradores, misioneros o aventureros que emprendían arriesgados viajes hacia lejanos, hermosos y enigmáticos lugares del mundo, quedando particularmente prendado del que hizo Livingstone a través de la espesura de África.

Esas lecturas infantiles contribuyeron a forjar su idea de lo que realmente quería ser después de que lo ordenasen sacerdote: misionero, pero no por la función, sino por el medio en el que habría de desarrollar el ministerio, en contacto siempre con la naturaleza, las fieras y los insectos.

Sin embargo, sería un sacerdote del prestigioso seminario de Issy-les-Moulineaux, en el que Breuil ingresó, el que lo orientase hacia la investigación científica: l'abbé Jean Guibert. Este, además de sobresaliente predicador y fundador de una revista de apologética, era profesor de ciencias naturales y autor de manuales de geología, mineralogía, zoología, botánica, anatomía y fisiología humana.

L'abbé Guibert sostenía que "los materialistas se han impuesto desde hace ya mucho tiempo sobre el pueblo, porque han acaparado casi ellos solos el prestigio de la ciencia. Es, pues, necesario, que los clérigos jóvenes adquieran, en el saber humano, una competencia indiscutible, ya sea para que se los escuche cuando hablan, ya sea para que aprendan a expresarse con precisión y determinación".

Cuando acabó sus estudios, Henri Breuil lo tenía clarísimo: sería sacerdote y científico. No lo tenían tanto ni el arzobispo de París ni el de Beauvais, de los que Breuil solicitó la incardinación en sus respectivas diócesis y el permiso para poder dedicarse a la que era su verdadera vocación: el sacerdocio y la ciencia. Al final, fue el obispo de Soissons, Augustin-Victor Deramecourt, el que lo recibió en su presbiterio y el que le dio las licencias para que se entregase al estudio de la prehistoria como una forma legítima de ejercer el ministerio sacerdotal.

Fue precisamente esta perspectiva religiosa la que contribuyó a renovar la metodología que hasta entonces se aplicaba en el estudio de los orígenes de la humanidad y de sus vestigios más antiguos, ya que, en donde los investigadores solo veían piezas instrumentales y destreza manual, el "papa de la prehistoria", que es como se le llamaba a Breuil, trataba de entender a la persona que los había confeccionado, perfilar los rasgos humanos del grupo al que pertenecía, interpretar sus costumbres, dar sentido a sus rituales mortuorios y descifrar su universo metafísico, simbólico y religioso.

Henri Breuil, l'abbé de las cavernas, en cuyo silencio y oscuridad se recogía para revivir en sí mismo cuanto de humano había acontecido y perdurado en aquellas matrices telúricas, falleció el 14 de agosto de 1961 en L'Isle-Adam, el "paraíso terrenal" de Honoré de Balzac.

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