Se ha muerto el actor Jose Antonio Lobato en un momento en que el teatro asturiano pasa por uno de sus peores momentos. Un teatro que se queda sin una de sus grandes raíces que, a lo largo de los años, como grandes puntos de referencia, han sido sujetando el frondoso árbol del teatro asturiano.

Se ha muerto en silencio, fiel únicamente a su arte y a su familia, mientras, una vez más, a nuestra clase política le interesa muy poco. ¿Qué político estaría dispuesto a gastar cincuenta años de su vida en el teatro? Ninguno. Pero Jose Antonio Lobato, sí.

A todas las nuevas generaciones que actualmente llegan al teatro profesional asturiano, con ordenadores y tecnología, hay que recordarles que el teatro profesional asturiano existe gracias a las raíces de gente como José Antonio Lobato. Sin ordenadores ni tecnologías, solo con su arte, en vivo y en directo. Ese arte que hoy parece despreciar nuestra clase política. Es poco moderno.

Si en estos cincuenta años hubiese habido un auténtico apoyo al teatro profesional asturiano, con estructuras y recursos, José Antonio Lobato se hubiese convertido en el gran actor de referencia. Por eso no le agradeceremos suficientemente que nunca haya marchado a Madrid que se haya quedado en Asturias tirando, año tras año, por el grupo Margen. Todo un ejemplo para las generaciones venideras.

Y si a todo esto añadimos que como persona era incluso mucho mejor que como actor, la pérdida es doblemente dolorosa. Se marcha una parte importante de mi vida y todo, poco a poco, se va convirtiendo en memoria.

Esa memoria que es donde se guarda el teatro y por eso ahora José Antonio Lobato quedará en la memoria de miles de espectadores que lo han visto en la televisión, en el cine y, sobre todo, en el teatro.