Absconditus

Una visión del arte parietal asturiano como fruto de una experiencia religiosa

He peregrinado, como en veranos anteriores, a los que ya son, para mí, únicos santuarios puros en Asturias: las cavernas en las que se conservan rastros de la relación del hombre de la antigüedad con el "Deus absconditus", Dios escondido.

Motivos como el mamut con corazón, las vulvas y el ciervo herido atestiguan la sensibilidad, vitalidad e imaginación de quienes los pintaron. Y no es inadecuado calificarlos de místicos de la prehistoria, pues ellos fueron, en aquellos albores de la humanidad espiritualmente creativa, los protagonistas de una experiencia religiosa que se vertió hacia el exterior en manifestaciones artísticas rupestres.

Lo que sucede es que, en el intento de explicarlas, el estructuralismo se ha metido por el medio, sometiéndolas, como es su costumbre, a los insatisfactorios parámetros de las mediciones y despojándolas de su prístina significación.

Hay que ver las vueltas que dan los arqueólogos y los guías, en sus discursos, repetitivos e irresolutos, para evitar el término "religión" cuando han de hablar o escribir acerca de la supuesta finalidad de las pinturas de las cuevas: ¡que si mitos, que si símbolos, que si códigos, que si creencias! Y no logran aclarar nada, porque no manejan bien esas nociones. "Obscurum per obscurius".

Además, en los paneles informativos y en los folletos en los que se ofrecen sucintamente los datos de interés acerca de las cuevas han retirado, en lo referente a las fechas, lo de "a. C.", antes de Cristo, que es como se ha dicho toda la vida. Ahora son "20.000 años desde el presente". Y es que se les ve el plumero. Menos mal que no les ha dado por poner lo que figura en los yacimientos arqueológicos de Israel: "Antes de la era común".

En todo caso, es muy de agradecer a los especialistas de ese ramo el gran servicio que, con sus minuciosos rastreos, prestan a la sociedad para que alcance un mejor y más completo conocimiento de los modos de vida, de las expresiones artísticas y de las manifestaciones religiosas de nuestros antepasados frecuentadores de las cavernas. Uno no se explica cómo pueden identificar la obra de aquellos hendedores y pintores antiquísimos en las rugosidades, oquedades y vejigas de las paredes. Tienen, sin duda, unos sensores en los ojos que no poseemos los demás.

Nuestra enhorabuena y gratitud por ello. Y por preservar la pureza del interior de las cuevas con la energía con la que lo hacen. Manteniéndolas cerradas a cal y canto. En total oscuridad. Como debe ser. La santidad del lugar así lo requiere. En lo más recóndito de la escondida morada, en donde ningún humano habitaba, señalado por los enigmáticos signos, grabados e imágenes, estaba el lugar de la Presencia. Tabernáculo telúrico, fano en las entrañas de la tierra, "naós" de estalactitas y estalagmitas, "cella" para el Invisible.

En el templo de Jerusalén, se encontraba, después de haber atravesado patios y de haber sorteado muros de separación, el "debir", el "Santo de los santos", en el que moraba Yhwh, el Dios de Israel. Un aula sin ventanas, en la que reinaba una oscuridad total y a la que sólo podía acceder el Sumo sacerdote. En el relato de la dedicación del santuario, en la versión del libro bíblico de las Crónicas II, se lee: "Una nube llenó el templo, el templo del Señor. Los sacerdotes no pudieron seguir oficiando, porque la gloria del Señor había llenado el templo de Dios. Entonces dijo Salomón: 'El Señor quiere habitar en la oscuridad'".

LA NUEVA ESPAÑA ha distribuido durante el verano, con el periódico, unos libros sobre las cuevas de El Pindal, Candamo, Tito Bustillo, Llonín y La Covaciella, con unos literarios y sugerentes comentarios escritos por prehistoriadores y artistas, que servirán de iniciación a quienes deseen aproximarse a las cuestiones más sobresalientes, según los especialistas, en torno a esas joyas de nuestro patrimonio artístico rupestre.

Para luego visitarlas. Y después, en cualquier época del año, subir a una cima desde la que se vea la entrada de una de ellas y, dirigiendo la mirada hacia la gran calota exterior que recubre las galerías de aquel mesenterio subterráneo, concentrarse en el pensamiento de que, incluso habiendo transcurrido siglos y siglos desde que alguien se percatase de la singularidad del lugar, allí permanece aún, invisible, una Presencia: "Deus absconditus". De quien decía el profeta Isaías: "Es verdad: tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador".

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