Cosme Marina

Irina Lungu reina en "I Puritani"

La soprano rusa, el bajo Luca Tittoto y el tenor John Osborn destacan en el estreno

Regresó el belcanto romántico italiano a nuestra temporada y lo hizo con uno de sus títulos más emblemáticos, "I Puritani" de Vincenzo Bellini, obra cumbre del género y no representada con demasiada asiduidad por la dificultad de encontrar un elenco a la altura. Estamos ante una ópera que más vale dejar de lado de no poder reunir a los cantantes precisos para sacarla adelante con garantías. En esta ocasión, la Ópera de Oviedo ha conseguido un grupo de intérpretes destacable que defienden "I Puritani" con el rigor y la capacidad necesarias, pese a que cierta irregularidad lastró un tanto en el estreno el resultado final que podría haber tenido mayores cotas de excelencia.

Seguimos en la era lírica covid-19 con el teatro a la mitad de aforo, mascarillas, geles desinfectantes y distanciamiento social hasta el punto de que apenas hay los habituales corrillos en el hall del teatro. El coro también sale embozado con mascarilla, al igual que los solistas en los saludos finales. Desde el punto de vista artístico sin duda el mayor problema está en la reducción de efectivos orquestales en el foso -de hecho, percusión y arpa "saltan" a los proscenios- que hace que no siempre encontremos el soporte orquestal necesario pese al notable esfuerzo de los músicos de Oviedo Filarmonía.

Iván López-Reynoso, principal director invitado de la formación ovetense va, poco a poco, integrándose con fuerza en la vida musical de la ciudad. Estamos ante un maestro de primer rango que da muestras de madurez asombrosa pese a su juventud. Está llamado a grandes retos, tanto en el campo lírico como en el sinfónico, por capacidad y talento. Forjado en el festival Rossini de Pesaro, el belcanto romántico le va como anillo al dedo. Aquí ha sido capaz de sacar adelante la obra con alto nivel de calidad, tanto en un acompañamiento impecable a los cantantes como en el trazado de un discurso sinfónico en la que es, en este ámbito, la ópera belliniana de mayor calado en la búsqueda de colores y texturas dramáticas desde la orquestación que salieron adelante pese a la falta de efectivos. López-Reynoso evidenció un conocimiento profundo de la partitura que se pudo ver muy especialmente en los matices más líricos, en el ritmo interno de cada escena que fue entreverando con inteligencia en una visión de conjunto siempre presente.

De su atención a los cantantes se benefició todo el reparto. En primer lugar, la gran triunfadora de la noche, Irina Lungu. La gran diva rusa, una de las más destacadas internacionalmente en este repertorio, defendió el endiablado rol de Elvira con rotundidad y sin escatimar. De vocalidad opulenta y bien timbrada, con un registro agudo potente -muy de la escuela rusa-, agilidades impecables y extraordinarias dotes interpretativas, sorteó cada dificultad con holgura y brilló de manera continua en todas sus intervenciones, no solo en las cimas catárticas de la "locura". Su intervención fue completa, un alarde de canto de principio a fin. Con un enfoque vocal radicalmente distinto, el tenor John Osborn como Lord Arturo Talbo, tejió el que, para mí, estilísticamente, fue el más adecuado belcanto de la velada. Osborn no tiene una emisión de gran volumen, pero posee una voz que sabe manejar en cada momento, que le hace cantar con intención, con sobrios acentos expresivos, una dicción impecable y un refinamiento que va más allá del siempre esperado fa sobreagudo del tramo final de la representación, que no escatima, pero que nada aporta a una intervención en la que se disfruta de una forma de entender el canto que convence por el matiz y el cuidado en la expresión, antes que por la mera rotundidad, a veces tan vacua.

Magnífico debut también en la temporada del bajo Luca Tittoto, un sir Giorgio de quilates. Dotado de una voz siempre presente, de una emisión homogénea y muy cuidada que sobresalió especialmente en "Cinta di Fiori". Tittoto contó sus intervenciones como aciertos, siempre en primer plano. Un gran descubrimiento para el público. Bien conocido en Oviedo el barítono Dalibor Jenis como sir Riccardo Forth fue, quizá, el que más alejado estuvo del estilo belliniano. No hay duda de que su potencia vocal le hace destacar, pero se echa de menos un mayor cuidado formal que, cuando hablamos de belcanto, es de obligado cumplimiento. No solo hay que vencer, también es necesario convencer. No más allá de la corrección fue el resto del elenco: Laura Vila como Enrichetta di Francia, Facundo Muñoz como sir Bruno Roberton y Luis López como lord Gualtiero Valton cumplieron con la hoja de servicios sin demasiado que reseñar. Buena intervención, en líneas generales, del Coro de la Ópera de Oviedo, en un título también aquí muy exigente -eso sí, atención a la cuerda de tenores que desequilibra la homogeneidad del conjunto-. Pese a cantar con mascarilla, el balance global de su actuación es bueno y su entusiasmo y profesionalidad suplen cualquier posible carencia.

La puesta en escena es una coproducción de los teatros Real de Madrid y Municipal de Santiago de Chile comandada por Emilio Sagi. El director de escena ovetense acierta de pleno en buscar un mundo abstracto como marco de la acción. Nada de historicismos de pacotilla ni de ranciedades tan al uso en este repertorio. Un mundo onírico, mágico, pero también expresionista en los pasajes más duros de la protagonista. Una dramaturgia sin sobresaltos ni recovecos describe la historia con velados acentos dramáticos en claroscuro bien enfatizados por la etérea iluminación de Eduardo Bravo o por la impecable escenografía de Daniel Bianco, articulada sobre un suelo irregular de arena blanca, las veintiocho grandes lámparas que dominan la escena o los sucintos elementos de atrezzo que subrayan cada acción, sin nada superfluo. Capítulo aparte merece el vestuario de Pepa Ojanguren. La diseñadora de vestuario, recientemente fallecida, firmó aquí otro de sus grandísimos trabajos con una reinterpretación poética bella, sofisticada en su aparente simplicidad, de los trajes historicistas. Todo ello en una gama bicolor, salvo el opulento vestido de la reina. Pepa tenía ese talento innato de convertir el vestuario en un elemento clave de la dramaturgia narrativa, siempre al servicio de la puesta en escena y con detalles de modernidad en una mirada como la suya siempre curiosa, abierta de continuo a explorar nuevos caminos. Por eso se entendía tan bien con Emilio Sagi porque los dos estaban siempre con la antena bien orientada hacia lo nuevo, sin por ello perder de vista la tradición que tan importante es en la lírica. El lunes la Ópera de Oviedo le dedicó la función y, al final, un ramo de flores se depositó en el escenario a su memoria. Fue un acto de justicia, pero creo que se ha de dar un paso más. Con diversas complicidades institucionales se debería preparar, para más adelante, una exposición con algunos de sus vestuarios más destacados. Es necesario que el público conozca de primera mano y en profundidad el legado que nos deja Pepa Ojanguren. El propio Sagi sería un comisario de lujo para una muestra que, estoy seguro, obtendría gran éxito y que se podría llevar, posteriormente a otras ciudades españolas, y muy especialmente a Madrid, donde tanto y tan bien trabajó.

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