Saúl Fernández

CRÍTICA / TEATRO

Saúl Fernández

La libertad mata

El Centro Niemeyer reabre su teatro siete meses después con el estreno de "La máquina de Turing"

Daniel Grao ha nacido para ser Alan Turing. Lo demostró este pasado domingo en el estreno en España de "La máquina de Turing" en el Centro Niemeyer, que después de siete meses de parón ha vuelto a abrir su teatro. Con las limitaciones de la pandemia, pero una de las salas mayores del Principado.

Benoit Solès es actor y dramaturgo. Escribió "La máquina de Turing", con Hugh Whitemore y Andrew Hodges como referentes transparentes. El año pasado se llevó el premio "Molière" al mejor actor y al mejor guionista: los dos. El "Molière" es a Francia lo que el "Max" a España. Un exitazo que empezó en el Festival de Aviñón y que esta semana ya está en las carteleras nacionales. El miércoles se presenta en los teatros del Canal y, si lo hace con un público tan entregado como el avilesino, el recorrido del espectáculo va a ser monumental.

Y es que lo tiene todo: un personaje extraordinario (el ingeniero Turing), un protagonista en estado de gracia (Grao) y un director perfecto (Claudio Tolcachir). Todo esto en un escenario iluminado por Juan Gómez Cornejo: hace luces como si montara una escenografía.

Grao es el matemático que diseñó la máquina capaz de desentrañar los códigos herméticos de otra máquina: la Enigma de los nazis. Como consecuencia de esto, el Reino Unido pudo anticiparse a los ataques de las fuerzas de Hitler y así, acortar la II Guerra Mundial. Pero también es un hombre tímido, con dificultades sociales, con posible Asperger y, además, un homosexual en un tiempo en que los homosexuales eran tachados de "indecentes" y condenados a prisión. Y, además, se suicidó: mordió una manzana impregnada de cianuro. O sea, se convirtió en mártir de la causa por la igualdad. Un genio, un héroe reprimido por cómo decidió desenvolver su vida privada.

Con toda tanta perfección dramática Solès monta el drama: una cosa parecida a "El beso de Judas", de David Hare. En esta es Oscar Wilde el objeto trágico (por lo mismo, por pensar que uno puede ser libre en un mundo que finge dejar ser libre). La diferencia entre Solès y Hare, sin embargo, es tremenda.

Esta es la base sobre la que Grao compone su espectacular interpretación. Turing es un personaje sólo apto para tipos enormes (Derek Jacobi, Benedict Cumberbacht). Y Grao lo es. No se lo pierdan. Pero, claro, no lo podría haber hecho sólo. Carlos Serrano intepreta al gigoló, al policía, al jefe de Bletchley Park... Cuando es el policía es algo más que un apoyo dramático, es el personaje al que se amarra el espectador para entrar en el drama de un genio tan alejado del mundo común.

Los dos están dirigidos por Claudio Tolcachir por el que sentimos devoción desde hace tres lustros, cuando trajo a Avilés "La omisión de la familia Coleman", un espectáculo gigante por el que devolvió a este lado del Atlántico el naturalismo sobre la escena. Después de "La máquina de Turing" vendrá "Tercer cuerpo", la presenta en el Piccolo Teatro de Milán en unas semanas. La queremos aquí.

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