El oso cavernario (19)

Las matemáticas tienen la clave para erradicar el machismo

Las sociedades matrilocales y patrilocales abren paso a una nueva forma de entender la igualdad de género

Las mujeres se levantan para reequilibrar la sociedad.

Las mujeres se levantan para reequilibrar la sociedad. / ONU.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas (*)

Las matemáticas demuestran que si una parte significativa de las mujeres de una población (superando el límite del 45%) se comporta solidariamente con otras mujeres (como si fuesen hermanas), el machismo se extingue.

 Alrededor del 44% de los hombres cree que el feminismo ha llegado demasiado lejos y que se está promocionando excesivamente a las mujeres. También sostienen que la violencia no tiene género. Entre los más jóvenes (de 16 a 24 años) la situación es todavía más radical: el 54% cree en estas afirmaciones y la tendencia es al alza. Parece que muchas personas ya no tienen empacho de manifestar que un cierto grado de dominación o superioridad masculina es el estado natural en el que debieran organizarse las sociedades humanas.

Y para muestra un botón: el pasado 10 de marzo, el 73,9% de los votantes que participaron en el referéndum para modificar los conceptos de familia y la definición del papel de la mujer en la Constitución irlandesa han dicho no a modificar dos pasajes claramente discriminatorios para la mujer: “Al vivir en el hogar, la mujer proporciona al Estado un apoyo sin el cual no se puede lograr el bien común. Por lo tanto, el Estado debe esforzarse por garantizar que las madres no se vean obligadas por la necesidad económica a realizar un trabajo remunerado y, por lo tanto, tengan que descuidar sus tareas domésticas”. ¡Si las sufragistas levantaran la cabeza!

Sin embargo, en la gran mayoría de las sociedades actuales los hombres siguen teniendo, de media, muchas más probabilidades que las mujeres de ocupar puestos de poder (como ejemplo, solo 3 de las 35 presidencias del IBEX·35 están ocupadas por mujeres y solo 3 de cada 10 puestos en sus consejos de administración). Y esto es en el mundo desarrollado, imaginemos cómo es en aquellos países islámicos donde viven 1 de cada 4 habitantes del planeta y donde la discriminación de la mujer resulta extrema.

Se estima que más de 1.000 millones de mujeres en el mundo no tienen garantizados sus derechos más elementales. Para entender la situación, vale la pena recurrir a la ciencia.

Los bonobos de organizan en comunidades matriarcales.

Los bonobos de organizan en comunidades matriarcales. / Eric Kilby. Flickr.

Sesgo biológico

Algunos de quienes defienden la superioridad de los hombres pretenden soportarlo en una base biológica: entre nuestros ancestros vivos más cercanos, están los chimpancés, que divergieron de nosotros hace poco más de 7 millones de años y son idénticos en el 99% de sus genes a los seres humanos de nuestra especie.

Los chimpancés viven en sociedades muy machistas con una estructura de poder patriarcal. Los machos son más grandes y fuertes y, a menudo, se comportan cruelmente con las hembras, copulan por la fuerza, les quitan la comida que ellas recolectan y, en ocasiones, matan a las hembras que intentan irse del grupo.

Según este modo de ver las cosas, la dominación masculina ocurre desde hace un tiempo inmemorial pues en nuestra especie (y en todos las especies de homínidos que nos precedieron) los hombres son, como media, más grandes, fuertes y agresivos que las mujeres (aunque haya algunas mujeres muy grandes, muy fuertes y muy agresivas).

Quien sustenta esta teoría, obvia que existen ejemplos biológicos de lo contrario: los bonobos, que son muy parecidos a los chimpancés (la famosa “mona Chita” de las películas de Tarzán era una bonobo), e incluso están todavía más estrechamente emparentados con nosotros a nivel genético, se organizan en sociedades matriarcales donde las hembras son las dominantes.

Los machos de bonobo no son crueles con las hembras, no copulan con ellas por la fuerza ni les quitan la comida o las matan. Y ello a pesar de que, como en los humanos, los machos de bonobo son más grandes y fuertes que las hembras.

Cohesión femenina, la clave

¿Que marca las diferencias entre las sociedades patriarcales de los chimpancés y las sociedades matriarcales de los bonobos?

Ante todo, el diferente grado de cohesión de las hembras de ambas especies: las hembras de chimpancés mantienen pocos vínculos entre ellas. En su adolescencia dejan su grupo y llegan a nuevos grupos donde los machos sí tienen una fuerte conexión entre ellos. Así, este escaso vínculo entre ellas las obliga a gestionar los conflictos individualmente y, como son menos fuertes que los machos, no consiguen imponerse.

Por el contrario, las hembras de bonobo permanecen estrechamente unidas durante toda su vida en el grupo en el que nacieron. Son los machos quienes abandonan el grupo donde se criaron al llegar a la adolescencia y llegan a un nuevo grupo de hembras que ya están fuertemente cohesionadas.

Aunque los machos de bonobo son más grandes y fuertes que las hembras, no pueden enfrentarse a todo un clan de hembras organizado y cohesionado.

Patriarcales y matriarcales

En nuestra especie se dan ambas posibilidades. Tal y como demostraron los estudios de la antropóloga y primatóloga Sarah Hrdy, de la Universidad de California en Davis, sobre distintos grupos étnicos y culturales primitivos en el mundo, en las culturas patrilocales, donde los hombres pasan su vida en el grupo en el que nacieron, mientras las mujeres se mudan en la juventud para vivir con la familia de sus maridos, los hombres ejercen un gran poder dando lugar a sociedades patriarcales muy machistas.

En cambio, en las culturas matrilocales, donde son las mujeres quienes pasan su vida en el grupo donde nacieron mientras los hombres se mudan a vivir con las familia de sus mujeres, se dan sociedades matriarcales en las que el poder está en manos de las mujeres.

Como demostró Hrdy, en las culturas donde las nuevas parejas se mudan lejos de sus antiguas familias o en las que tanto el hombre como la mujer (en una proporción cercana al 50%) puede mudarse a vivir con sus “suegros”, se dan sistemas mucho más igualitarios.

Recreación artística del uso de cestos mesolíticos por parte de un grupo de cazadores-recolectores en la Cueva de los Murciélagos.

Recreación artística del uso de cestos mesolíticos por parte de un grupo de cazadores-recolectores en la Cueva de los Murciélagos. / Dibujo de Moisés Belilty Molinos con la supervisión científica de Francisco Martínez-Sevilla y Maria Herrero-Otal.

Los orígenes del machismo

Los nuevos estudios genéticos sobre ADN mitocondrial (que se hereda solamente vía madres) y sobre los cromosomas Y (que se hereda solamente de padres a hijos varones) están cambiando a marchas forzadas nuestro modo de pensar sobre los orígenes del machismo.

Tras estudiar ADN mitocondrial y marcadores genéticos del cromosoma Y en 40 poblaciones del África subsahariana culturalmente muy diferentes, se comprobó que las mujeres de poblaciones de cazadores-recolectores, como los Kung y los Hadza, permanecían cerca de sus madres después del matrimonio, mientras que en las culturas de agricultores eran los hombres quienes permanecían en su grupo familiar.

Cada vez hay más datos genéticos en este sentido: los cazadores recolectores se organizaron en sociedades matrilocales, mientras que los agricultores lo hicieron en sociedades patrilocales.

Matrilocales históricas

Nuestra especie lleva unos 200.000 años sobre la Tierra. Durante la mayor parte de nuestra historia (alrededor del 95%) hemos sido cazadores-recolectores nómadas. Y en general la gran mayoría de estas sociedades suelen mantener una organización social matrilocal en la que las mujeres se quedan en el grupo en el que nacieron teniendo así la opción de recibir el apoyo de las mujeres con las que crecieron.

Estas sociedades de cazadores recolectores disfrutaron de una buena calidad de vida, como demuestra su alta esperanza de vida, superior a los 70 años, y una talla alta de alrededor de 1,75 metros en los hombres.

Uno de los productos culturales de estas sociedades matrilocales de cazadores recolectores son las religiones de la “Gran Madre” que tanto prosperaron hasta hace 10.000 años: diosas femeninas de vida armoniosa dedicadas a la fertilidad, el cuidado y el amor.

Llegan los agricultores

El cambio se produjo cuando nos convertimos en agricultores y la gente comenzó a asentarse. Hubo excedentes que resultaron ser una tentación y dieron lugar a saqueos y robos por parte de otros grupos.

Las comunidades de agricultores empezaron a dedicar más recursos a defenderse y, pronto, el poder pasó a manos de los hombres, físicamente más fuertes. Los hombres de una misma familia (abuelos, padres, hijos, tíos, hermanos, primos) empezaron a vivir cerca unos de otros para ayudarse a proteger los excedentes agrícolas.

Se llegó a una estructura patrilocal donde los hombres se quedaron en su grupo de nacimiento, mientras las mujeres acababan en otros grupos (a fin de cuentas, siempre fue imprescindible controlar la consanguinidad). 

Como resultado, los hombres de un grupo están más estrechamente relacionados entre sí que las hembras del mismo grupo.

Hubo importantes consecuencias: las diosas femeninas se vieron sustituidas por dioses varones poderosos: los señores de la guerra. Las mujeres perdieron sus derechos, pero no solo perdieron ellas, sino toda la sociedad, ya que la esperanza de vida cayó desde los más de 70 años de los cazadores recolectores a menos de los 30 años.

Estudiantes de la escuela de enseñanza primaria de Yomelela, en el barrio de Khayelitsha, Ciudad del Cabo.

Estudiantes de la escuela de enseñanza primaria de Yomelela, en el barrio de Khayelitsha, Ciudad del Cabo. / ONU Mujeres/Karin Schermbrucker

Solidaridad femenina, la clave

De toda esta visión científica se pueda extraer una excelente enseñanza para el movimiento feminista de hoy en día: para combatir el machismo resulta crucial la solidaridad entre las mujeres. Las matemáticas de la teoría de juegos lo demuestran rigurosamente: si una parte significativa de las mujeres de una población (superando el límite del 45%) se comporta solidariamente con otras mujeres (como si fuesen hermanas), el machismo se extingue.

De ahí la importancia que revisten los movimientos de cooperación entre mujeres como agentes de cambio social en lo concerniente a la igualdad y, en general, a la lucha por los derechos de la ciudadanía.

Ejemplos de esto los encontramos desde las sufragistas que en 1911 movilizaron a un millón de personas en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza a favor de sufragio y los derechos laborales de la mujer, hasta el reciente movimiento #MeToo, pasando por los movimientos urbanos-populares de mujeres que emergieron en los años 80 en América Latina. En África, estos movimientos tienen su correlato en el “Colectivo de la comunidad de Rendille” que reunió a las mujeres keniatas para proteger sus tierras frente a los inversionistas extranjeros.

Igualmente, colectivos como las “Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo”, pioneras en la lucha contra la dictadura argentina, o el de “Madres Contra la Droga” que, por primera vez, plantó cara a los narcos gallegos, o el movimiento “Rise for All” surgido entre mujeres de la ONU en respuesta a la COVID-19 o el “Black Lives Matter”, fundado por 3 mujeres: Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi, demuestran cuán poderosas somos las mujeres cuando nos unimos.  

Sombra del machismo

Pero la sombra del machismo es todavía larga y alargada y sigue trabajando para derribar a quienes intentan fomentar un movimiento cooperativo que no sea excluyente y que defienda la solidaridad y la sororidad como alternativas a un patriarcado cada vez más interesado en mantener la desigualdad, la violencia machista y la exclusión de la mujer de los ámbitos de poder y de toma de decisiones...

Queda mucho por hacer, mucho involucionismo por frenar: donde gobierna la extrema derecha o apoya con sus votos al gobierno de la derecha, comienzan a cuestionarse los derechos de las mujeres o del colectivo LGTBI+, se clausuran instituciones que luchan contra la violencia de género, se corta la financiación para erradicar un machismo que ellos niegan renombrándolo como ‘violencia intrafamiliar’, se prohíbe colgar banderas LGTBIQ+ o se impide la condena oficial de la violencia de género, incluso cuando se producen asesinatos machistas, amparándose en la falacia de que hay que luchar ‘contra todas las violencias’.

Pero las feministas son corredoras de fondo (algunos hombres, también) y el feminismo, la única revolución que ha triunfado sin guerra ni violencia. De ahí que, ante una corriente que abona el camino para mantener el antiguo statu quo, sea más necesario que nunca fomentar el movimiento cooperativo entre las mujeres; algo que es muy difícil en países con estructuras sociales como el Irán de los ayatolas o el Afganistán de los talibanes, que ha restringido sistemáticamente los derechos de las mujeres y las niñas.

Fortalecer la igualdad

Son muchos los obstáculos en un mundo en permanente conflicto en el que la ideología machista se aprovecha de los instintos competitivos y de los acontecimientos para desmoronar la cooperación entre mujeres.

Como dice la Dra. Hrdy: «en tiempos difíciles, por ejemplo, tiempos de guerra, de represión o escasez, las mujeres empiezan a velar por la seguridad de sus propios hijos y de sus maridos por encima de la solidaridad entre mujeres».

Fortalecer la igualdad requiere de ingentes esfuerzos en múltiples frentes,  porque son muchas las fuerzas reaccionarias decididas a borrar lo conseguido en años de lucha, y si no, miremos al otro lado del charco: Milei ha prohibido el lenguaje inclusivo y la perspectiva de género en la administración pública nacional, mientras su homólogo Bukele la saca de las escuelas públicas salvadoreñas. Suma y sigue...

Las mujeres no deberíamos dar por sentado los logros conseguidos en el terreno de la igualdad. Los hombres que, realmente, creen en el feminismo como fuente de justicia, bienestar social y riqueza, tampoco.

(*) Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora. Eduardo Costas es catedrático de Genética en la UCM y Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia.

Referencias

Burkart, J. M.; Hrdy, S. B.; Van Schaik, C. P. 2009. Cooperative breeding and human cognitive evolution. Evolutionary Anthropology: Issues, News, and Reviews. 18 (5): 175–186.

Hayssen, Virginia; Orr, Teri J. (2017). Reproduction in Mammals: The Female Perspective. Johns Hopkins University Press.

Hrdy Sara. 1977: The Langurs of Abu: Female and Male Strategies of Reproduction. Cambridge: Harvard University Press.

Hrdy Sara. 1981: The Woman that Never Evolved. Cambridge: Harvard University Press.

Hrdy Sara. 2009. Mothers and Others: The Evolutionary Origins of Mutual Understanding. Cambridge: Harvard University Press.