En un mundo, el del rock, donde muchos sucedáneos se venden con el certificado de autenticidad, es un verdadero placer encontrarse con artistas de la talla de Theo Hakola, brillante aperitivo al festival «Palabra y música» con sabor a plato estrella. Envuelto en la oscuridad fantasmagórica del patio de butacas, el franco-estadounidense se desenvolvió como pez en el agua acompañado por una banda coriácea, cuyos componentes fueron rebautizados como Antonio Machado (guitarra), Paulina Neruda (bajo), Miguelita Hernández (batería) y Arturina Rimbaud, sensacional a un violín que destapó durante muchos momentos la magia de Warren Ellis («Dirty Three», «Bad Seeds»). Cabalgando sobre los ritmos sostenidos de la baterista, Hakola arrasó los cimientos del teatro con una propuesta planteada desde las sombras de «Nick Cave & The Bad Seeds» y los desafíos de los «Walkabouts» de «Scavenger» (1990) y «New west motel» (1992), pasando por la lírica desbocada de «16 Horsepower» e incluso la intensidad de «Crime & The City Solution». Ya desde el principio con la devastadora «Here comes the Golem» trazó un territorio estimulante, avasallador, donde brillaron canciones como «Il n'y a pas de jolie fille» o «From little wolf to hair of the dog». Comunicativo, irónico, este músico y escritor -acaba de publicar su cuarta novela- desplegó todo un poderío que provocó un primer bis abierto con «White light/white heat» de la «Velvet Underground» conducido en solitario y con estrofas en español, para luego incorporar a toda la banda y recordar al grupo que le situase hace veinte años, «Passion Fodder», con la canción popular española «Los cuatro generales». Tanta clase expuesta a puñados pedía una segunda comparecencia: «No todos los días podemos tocar en España», añadió Hakola para despedirse con una soberbia revisitación de Dylan («Ballad Of the thin man»), donde la violinista terminó de rematar una de esas noches para el recuerdo.