En «Las ruinas» no sorprende nada ni nadie. Un grupo de turistas incautos, ¡oh, pasmo!, se acercan a un templo maldito, ¡no fastidies!, donde se lía la marimorena, ¡jolín!

Van unos nativos, les rodean allí e impiden que se salgan del monumento en cuestión. Pues bueno, a pesar de su arranque tardío, de su previsibilidad, de su nihilismo creativo, el filme de Carter Smith renquea y, como sus protagonistas, sobrevive el visionado. Probablemente esto se deba a un día propicio, a la hábil utilización de un «gore» de medio pelo o, simplemente, a que la cosa entretiene con mucha «serie B» benigna.