Dejaron de cantar para hacerle los coros al público. Se puede cuando es tan fuerte la certeza de que el partido está ganado desde el vestuario. Y eso hace tiempo, mucho, que pasa con «Los Secretos». El sábado repetían, el mismo sitio de hace cuatro años, y del pasado, y en los bises repitieron «Déjame» así, en una versión muy coral, casi a capella, que volvía el escenario del revés y resumía con fidelidad el espíritu de una sesión que fue hasta ahí un homenaje recíproco de la banda a su público y de su gente a un grupo que festeja treinta años -¿de verdad han pasado tantos?- acodado en su amplio rincón de la historia de la música popular española.

El cumpleaños era la excusa, la disculpa que no hacía falta para comprobar que la apuesta sigue siendo segura. Que suenan igual, que el escenario y ese repertorio son su casa. Que gustan y se gustan como siempre. Que el público empieza a cantar en los primeros acordes de «Ojos de gata» y termina después del concierto. Que no, que no han pasado treinta años. No han pasado por un repertorio recitable que nunca defrauda. Ni por la voz de Álvaro Urquijo, ni por la guitarra de Arroyo ni por los teclados de Redondo ni... Una vez sentado que el triunfo viene hecho desde el camerino, todo lo demás rueda cuesta abajo y puede hacerse un concierto cómodo, se puede conseguir que se note que uno disfruta. Se pueden contar chistes, simular una «Operación Triunfo» con el teclista y el bajo, engañar sobre el cumpleaños de Arroyo o presentar «Déjame» como «una de esas canciones que pasan desapercibidas en los discos a la que hemos cambiado la letra» (Redondo la arrancó con la del «Chiki-chiki»).

Se puede hacer todo eso también con la nostalgia y el poso melancólico del repertorio más clásico de «Los Secretos». Y aunque se eche de menos algún riesgo y alguna sorpresa más en la lista de canciones, otra vez se vuelven a agradecer las mismas. Eso hicieron ellos el sábado. Ellos y «esa presencia que ni se ve ni se oye pero que está», recordó Álvaro a su hermano Enrique. Y fueron pasando «Hoy no», «Quiero beber hasta perder el control», «Buena chica», «La calle del olvido», «Qué solo estás»... en veinte minutos. ¿O fueron casi dos horas?