El paisaje era desolador: decenas de calvas y barrigas poblaban el viejo campo de fútbol de tierra, el mismo campo que hacía de patio, el mismo en el que nos repartían la onza de chocolate, la tajada de membrillo o el quesito; y que regábamos con un buen trago del agua de la fuente, ahora no potable, como rememoró con fina ironía don Avelino, el rector Magnífico (el tratamiento que se merece). Nos citamos, algunos treinta y pico años después, en el Colegio San Andrés. Don Julio, un profesor de Literatura de Páramo, pueblo en el que pasó años Ángel González, describió con lirismo y nostalgia aquellos años de Bachillerato: «fue justamente ayer. ¿Lo recuerdas, amigo...?». Y treinta y pico años después quedó certificado ese primer verso de don Julio. Fue ayer. Pasé un rato emotivo con Secun; y me reencontré con Jami, Lorenzo, Sixto, José Manuel, Blas... Y confirmé que la única patria del ser humano es su infancia.