Tras exprimir (bien exprimida) la trilogía de «Matrix» y supervisar «V de Vendetta», los hermanos Wachowski deciden ahora adaptar una serie de dibujos animados japonesa, «Mach a go go». En un mundo futurista y colorido, «Speed racer» (Emile Hirsch) es un prometedor piloto de carreras automovilísticas. Siempre acechado por el recuerdo de su hermano fallecido en la pista, la nueva promesa tendrá que superar ese miedo y ayudar a su familia a desenmascarar la conspiración del malvado Royalton (Roger Allam).

Aficionados a crear mundos paralelos (esto no es un juego de palabras), los hermanos Wachowski apuestan por un cosmos pastel y molón para los imberbes. Eso sí, seguro que muchos cinéfilos, como ya pasó con «Matrix», intentarán encontrar vueltas de tuerca al largometraje: algunas pictóricas, otras fílmicas y la mayoría filosóficas. Pues, pensándolo mejor, probablemente ésa sea la mejor tarea a la que se pueda dedicar un adulto maduro con un filme así, a buscarle las entrañas. Y allí están, escondidas entre «flashbacks» infantiles y John Goodman vestido de Super Mario: las carreras intracibernáuticas de «Tron», el recargo «manga» de la serie original, las postales a medio camino entre Gaudí y Warhol, la inocencia de los superhéroes de Marvel... El gran problema de «Speed racer» aparece cuando nos damos cuenta de que es inadmisible justificar un celuloide a base de referencias. Aún con la etiqueta petarda de «cine infantil» colgada, a cualquier humano que pague una entrada por sufrir ¡unas carreras de bólidos coloreados! los cineastas responsables le deberían dar una cosa muy sencilla: entretenimiento. Pero a los Wachowski, ensimismados desde su impecable debut «Lazos ardientes», eso les importa bien poco. Como buenos aficionados al cine de Almodóvar, prefieren meternos un buen chutazo de «kitsch» en cada plano, un montón de guiños «cool» en cada escena y que todos aquellos seres racionales que sobrevivan a su aburridísima tontería se pregunten mil veces qué narices acaban de ver.

Que el tirón de esta peliculita reside en Cameron Diaz queda más que claro desde el momento en que los avispados distribuidores españoles recurren a un título que guiña un ojo desesperadamente a aquel ya lejano éxito de Algo pasa con Mary y el flequillo más turbador de la historia. Aquí, Cameron se pone más romántica y luce más el palmito en una cinta que gira alrededor de su belleza y encanto y, en menos medida, de su química con Ashton Kutcher que, siendo generosos, se puede calificar de aceptable. Porque aceptable es en su conjunto esta comedia romántica muy, muy menor, que molesta cuando confunde locura con barullo y llena la pantalla de imágenes atropelladas presuntamente modernas y chistes que chirrían que da gusto. Poco a poco, la historia se va entonando y en su tramo final se puede apreciar algún gag estimable, una correcta adecuación de la pareja a su rol de guaperas con sentimientos y una moraleja que no por previsible deja de ser simpática. A la vista del desaguisado que sufre la cartelera desde hace semanas, con una caída libre en lo que a títulos interesantes se refiere, Algo pasa en Las Vegas (sin Mary) es un película entretenida que ni entusiasma ni ofende, tal y como están las alturas, un mérito.