Gijón, L. NOSTI

Se hizo de rogar. El público de un teatro Jovellanos abarrotado tuvo que esperar casi veinte minutos para poder romper en aplausos con la salida a escena de la bailaora Sara Baras, que ayer presentó en el coliseo gijonés su versión del clásico «Carmen», que hoy se despedirá de la ciudad.

Antes de su aparición, el cuerpo de baile, conformado por diez bailarines, fue preparando el terreno con una exhibición de fuerza y sentimiento que hizo temblar las tablas del teatro al ritmo del taconeo que se alzaba sobre el silencio más absoluto de los espectadores. Un solo murmullo en las últimas filas bastó para despertar un coro de reprimendas en el patio de butacas. Sobre el escenario, el rojo de los zapatos y los mantones resaltaba sobre el luto riguroso de su atuendo. El ritmo frenético de sus movimientos se detuvo de pronto para dejar paso a una Sara Baras con vestido negro y espalda al aire, y el pelo recogido en una larga trenza. Tras el sonoro aplauso del público, la artista deleitó a los presentes con una serie de movimientos lentos y elegantes, al compás de una música tranquila y sin que uno sólo de sus pasos emitiera un sonido perceptible desde el patio de butacas.

Metida absolutamente en su particular personaje de «Carmen», que poco conserva de sus orígenes literarios y operísticos, la bailaora Sara Baras ofreció anoche una clase magistral, junto con José Serrano y Luis Ortega, de cómo la fuerza del flamenco como lenguaje propio puede relegar la palabra a un segundo plano como medio de expresión.