Gijón, Raquel NOGUEIRA

Sólo falta una hora para que suba al escenario de El Bibio y Al Di Meola, en el backstage de la plaza de toros, se mostraba cómodo y relajado pensando que iba a celebrar su cumpleaños, su 55 cumpleaños, haciendo lo que más le gusta: tocar la guitarra. Ese instrumento del que se hizo dueño el neoyorquino con apenas ochos años, cuando comenzó a tomar clases regladas de jazz. El género musical improvisado por excelencia cautivó el corazón del, por aquel entonces, pequeño Di Meola y le hizo abandonar su pasión por el country. Con 19 años se cruzó en su camino Chick Corea «quien, sin duda, encauzó mi camino en el jazz». Un camino que ayer le trajo hasta Gijón para dar el pistoletazo de salida al Festival de Jazz de la ciudad, que ha dado el salto del otoño al verano.

Desde ese momento en que el country dio paso al jazz Di Meola no dejó de trabajar en la improvisación, «que es la parte esencial de mis trabajos. Intento improvisar lo más posible, ya no sólo sobre el escenario, sino también en el estudio de grabación. Trabajamos -él y la banda que le acompaña- sobre unos acordes previamente fijados. Cogemos la partitura que he compuesto, la utilizamos como base e improvisamos un gran porcentaje de la melodía».

El «guitarrista más rápido que su sombra», como se le conoce entre sus seguidores, admite que a pesar de ser norteamericano y haber crecido en los alrededores de la Gran Manzana nunca olvida que «mis padres son italianos y tengo muy presente en mi vida la cultura de ese país».

«Toda mi música, las melodías, las partituras, cada nota que toco, bebe de la cultura y la música italiana y, en general, europea. No me parezco a otros músicos americanos», reconoce en su encuentro con la prensa gijonesa. Toda su música tiene una fuerte presencia de las músicas del mundo. Los cinco continentes fluyen por cada acorde, por cada nota que arranca a su guitarra. Explica que «en el fondo las músicas de todos los países tienen muchas similitudes. Francia bebe de las melodías africanas», adoptadas en la época de la colonización. Y «como ocurre entre Francia y África, pasa en todos los puntos del planeta». En cuanto a España, vive dentro de sus partituras «desde que descubrí a Paco de Lucía. Era un completo desconocido para mí, que vivía alejado del flamenco y todo lo relacionado con lo español», comenta. «España posee una cultura musical extraordinaria que gran parte del mundo desconoce. Es una pena que ocurra así».

La guitarra es, sin duda, su instrumento. Todas ellas le fascinan pero la española «es fascinante, hermosa y mágica como ninguna otra», observa Di Meola. La melodía arrancada de una guitarra es más que simple música, es una forma diferente de hablar, de comunicarse: «Una guitarra es un instrumento maravilloso que comunica emociones que otros no pueden», argumenta el neoyorquino. «Agrupa las notas de una manera especial, hace que fluya el sentimiento y que el público sea capaz de captarlo, de entenderlo». Por otro lado, existe «un contacto especial entre la guitarra y el músico que no aparece al tocar otro instrumento. Es como una actitud física, una forma de tocar que no puedes llevar a cabo con instrumentos como el piano, por ejemplo».

Di Meola cuenta que para tocar la guitarra se necesita base musical y, faltaría más, inspiración. Una inspiración que «surge por el obstinado deseo de los músicos de expresar nuestros sentimientos más profundos. Un deseo profundo que, en ocasiones, conseguimos trasladar a una partitura para contarlo a través de nuestra música, de nuestras canciones. En mi caso con la guitarra».

Continúa explicando lo complicado de expresar sus emociones: «En el intento de mostrar lo que todo el mundo siente pero nadie sabe expresar, los músicos podemos fallar y quedarnos muy por debajo de lo esperado. O podemos conseguir lo que pretendemos e, incluso, superarlo. Muy de vez en cuando llegamos a tal nivel de inspiración, por llamarlo de algún modo, que encontramos la emoción más profunda y la conseguimos canalizar en una canción».