Aristébano (Valdés),

V. DÍAZ PEÑAS

El alto de Aristébano vivió ayer una jornada más de tradición vaqueira. Carmen Marco Rodríguez y Marco Antonio Pullas Reyes se convirtieron en marido y mujer mediante el tradicional «casorio», la boda vaqueira que cada año se celebra en conmemoración de esta cultura ancestral.

Al enlace se unieron miles de personas que, cámara en mano, no quisieron perderse ni un solo detalle de un casamiento nada convencional que quedará marcado para siempre en los novios.

Desde primeras horas de la mañana, el alto que hace de frontera entre los concejos de Tineo y Valdés ya mostraba un buen ambiente. Decenas de autobuses iban llegando mientras las horas avanzaban. A eso de las once aquello ya se había convertido en una auténtica romería. Visitantes llegados de distintos puntos de Asturias y de España se afanaban por encontrar un lugar adecuado para disfrutar del espectáculo: una boda como las de antaño declarada fiesta de interés turístico regional. La reunión de la comitiva en el alto se esperaba para las doce de la mañana, pero se retrasó. Mientras tanto, en la braña de Aristébano, la impaciencia comenzaba a hacer acto de presencia entre los visitantes y los vecinos. «A ver si se arrepintió, nunca se sabe», comentó una de las muchas personas que allí se congregaron. «No creo, seguro que vienen, ya verás», contestaba otro hombre subido a lomos de su caballo. La espera continuó varios minutos más mientras los caballistas no dejaban de llegar hasta las casas del pueblo. Sobre las doce y media apareció a lo lejos la comitiva. Se oyeron los primeros sonidos de gaita y comenzó la verdadera fiesta. Estaba claro que los novios no se habían arrepentido. Marco, natural de Perú, y Carmen, de Cangas del Narcea y de descendientes vaqueiros, llegaban hasta las primeras casas de la braña.

Lo hicieron acompañados por los vaqueiros de honor, los mayores, los representantes de la zona y decenas de personas. No se tardó en gritar «¡viva los novios!». Los nervios estaban ya a flor de piel, pero, aun así, ella, ataviada como manda la tradición, tuvo un instante para saludar efusivamente a una amiga que le gritó entre el público: «¡Guapa!».

Siguiendo el protocolo los novios se subieron al caballo. Fue un momento algo tenso, como luego explicaría la novia después de casada: «Al principio ha sido cuando más nervios tenía. Era la primera vez que hacía un trayecto largo en caballo y al subir pensaba que me quedaba a una pierna. Después ha sido todo fabuloso», comentaba Carmen Marco rodeada de cámaras de televisión y de fotógrafos. Luego llegó el turno de subir al caballo de Marco, que no tuvo problemas. El resto de la comitiva también se agarró a las riendas de sus monturas. Con todo listo, el cortejo nupcial inició su camino hasta las proximidades de la ermita.

Iban precedidos del tradicional carro de madera en el que se portaban la cama, las viandas y un orinal. Uno de los detalles que más llamó la atención al público asistente. Después de casi media hora de camino, los novios llegaron a la explanada donde se celebró la misa campestre. Allí las voces de «¡viva los novios!» se repitieron y todo se preparó para el inicio de la homilía.

Bajo un sol de justicia, el párroco ofreció una misa en la que participaron miles de personas. Unos intentaban evitar el calor con abanicos o con sombreros. Otros improvisaban sombra con una sartén, con una pandereta o con un paraguas. Y es que, a pesar de que corría un poco el aire, en el alto lucía un sol de justicia que hizo sudar la gota gorda a más de uno. Los que peor lo pasaron fueron los miembros de la comitiva oficial, que ataviados de negro tuvieron que aguantar como titanes.

La homilía discurrió con normalidad. Poco a poco los nervios comenzaron a remitir y la pareja se relajó. «Lo peor ya había pasado», comentaban después del enlace. Carmen y Marco intercambiaron las arras y se colocaron los anillos. Cuando se quisieron dar cuenta, estaban pronunciando el ansiado «sí, quiero». Ya eran marido y mujer.