Alfredo Pérez Rubalcaba se repite mucho en verano. Muchísimo. Desde hace más de veinte años veranea en la misma casa, con las mismas personas, visita la misma playa, come en la misma mesa del mismo chiringuito, juega las mismas partidas de mus en los mismos locales y visita los mismos sitios. Un día y al otro, y al otro también, cada día siempre igual, como relata la canción de «Los Suaves». Diríase que al novísimo candidato socialista a la Presidencia del Gobierno de España le gusta aprovechar las vacaciones para convertirse en un hombre rutinario, de costumbres, y así alejarse del caos en que se suele convertir la vida de los primeros espadas políticos. Así las cosas, la «ruta Rubalcaba» es bien corta, ni se sale del concejo de Llanes. Incluye las localidades de Posada. Niembru, Celoriu, Nueva y Los Carriles. Punto y aparte.

En Posada veranea, en Niembru va a la playa y juega al mus, en Celoriu visita a su ahijado y a sus amigos, en Nueva compra puros y en Los Carriles se relaja observando la majestuosidad de los Picos de Europa. Y para de contar. Sólo rompe estas rutinas por obligación: cuando el PSOE de Llanes organiza su fiesta veraniega anual, cuando hay cena «de partido» con correligionarios como Antonio Trevín, Elías Díaz o Gregorio Peces-Barba, o cuando hay competiciones deportivas por televisión, sobre todo cuando juega «su» Real Madrid o la selección española de fútbol y cuando se celebran disputas atléticas (fue buen velocista en su juventud).

Por la mañana, después de levantarse, Rubalcaba piensa qué titular le gustaría ver en la prensa del día siguiente. Después se cuelga del teléfono móvil para conseguir que ese titular se haga realidad. Al mediodía, fin de las conversaciones y en marcha. A Rubalcaba le da lo mismo que llueva o que haga sol. Bueno, no: prefiere el sol. Pero si diluvia hace lo mismo: se va a la playa de Toranda, en Niembru, a pie, y allí se pasa las horas. Toranda es su segunda casa. Ahí se baña, toma el sol, pasea, lee, conversa, come y vuelve a bañarse. El mismo traje de baño amarillo de hace un decenio, las mismas chanclas reviejas del siglo pasado, el mismo rincón para comer... «Lo que come no lo voy a decir, pero es casi siempre lo mismo», comentan en el establecimiento playero de Toranda. También se sienta siempre en la misma mesa, una metálica de color verde, situada bajo una mimosa que en los días en los que Lorenzo aprieta fuerte ofrece una sombra muy agradable, ideal para una buena sobremesa con los amigos.

Tras la mañana playera y la comida, tocan el café y la partida de mus. También «siempre en la misma mesa y siempre con los mismos compañeros de cartas», aseguran en el bar Tlaxcala de Niembru. En este establecimiento conocen a Rubalcaba desde que empezó a venir por la zona y junto a él se sientan siempre a tomar el café y a echar la partida Jaime Lissavetzky y otros dos amigos, «también químicos». Mientras los hombres juegan, las mujeres se sientan en otra mesa y charlan a su aire. «Todos son muy buena gente», explican en el Tlaxcala, para quienes «una cosa son las personas y otra, la política». El cargo se queda en la puerta. Para los propietarios del bar, el ilustre visitante siempre ha sido «muy cordial» y «ni tiene aires ni nada». Rubalcaba en sus veraneos llaniscos es casi un paisano más. Habitualmente, toca hacer otra parada en el restaurante La Parrera -también en Niembru-, pero ahí ya a última hora de la tarde o en el arranque de la noche.

A pocos kilómetros de Niembru, en Celoriu, hay otro bar, el Chiki, en el que le consideran «de casa». La relación allí viene de antiguo y es tan amistosa y familiar que incluso el nieto del fundador del negocio es ahijado del político. Año tras año, esta visita no falla.

Rubalcaba visita cada verano el bar Chiki, en Celoriu, donde le consideran «de casa» y donde vive su ahijado, nieto del fundador del negocio