Ribadesella, P. MARTÍNEZ

Buen ambiente, trasiego de mochilas, bolsas y tiendas de campaña y todavía alguna duda logística. Este es el panorama que se vivía ayer al otro lado de la ría de Ribadesella, donde la fiesta se cocía bajo un sol espléndido. Cientos de selleros continuaron llegando en coche, autobús y tren y convirtieron la villa en un lugar oficialmente festivo y tomado por los sombreros de paja.

A mediodía, las plazas de aparcamiento y las parcelas de acampada comenzaban a ser un bien escaso, sobre todo en las zonas más céntricas. El campamento del IES Avelina Cerra y El Malecón estaba, según la organización, «al 80 por ciento de su capacidad», de unas 1.000 personas, a primera hora de la tarde. Miguel Ángel Pérez organiza al personal entre la cueva de Tito Bustillo y La Huertona desde hace seis años y, según sus cálculos, en este otro campamento habría unas 700 almas a esa misma hora. Asegura que los incidentes durante estos días, en los que se turnan para estar operativos las veinticuatro horas, son aislados. «En un recinto con 3.000 personas igual hay cinco follones», resume Pérez, al tiempo que aclara que «somos informadores; si hay alguno torpe, lo dejamos y llamamos a la Policía». Pero esta no es la estampa de las Piraguas, una fiesta en la que hasta los currantes se lo pasarán en grande. Borja García y José Fernández son empleados del sector del metal en una empresa de Mieres y durante sus vacaciones trabajan en la fiesta. Organizan el tráfico, controlan la acampada y gestionan el bar. «La gente se porta muy bien y en el equipo de organización nos conocemos todos, hay muy buen rollo», describe Fernández, que este año se volverá a ocupar de una barra que abrió el miércoles a las seis de la tarde y cerrará el domingo, con los últimos del Sella.

¿Qué no debe faltar en el equipaje de un sellero? En las acampadas hay bastante consenso, pero muchos insisten en distinguir categorías, al menos entre el «kit básico» y el «kit burgués», según explican David González y sus once amigos, venidos desde Madrid y a punto de disfrutar de una barbacoa en pleno campamento. El básico, el que no puede fallar, contiene «ropa a la que no tengas cariño, una tienda de campaña, varias barras de fuet y algunos medicamentos, sobre todo el ibuprofeno». Ellos se inclinaron por el paquete burgués y trajeron «un toldo, un cenador, neveras, almohadas, comida variada y ropa para cada día», explican.

Si algo tienen las Piraguas es la posibilidad de entablar contacto con decenas e incluso centenares de personas. Por ejemplo, Alberto Fernández y Eva Palacios celebran, cada 6 de agosto, que allí se conocieron hace ahora cuatro años y formaron una pareja. Palacios, madrileña de 23 años, asegura que no esperaba enamorarse en este lugar y «menos de Alberto; el primer año no nos llevamos muy bien». Fue al siguiente cuando se llamaron, quedaron y sellaron su amor entre canoas y collares de serpentina. Es el décimo descenso de Fernández, que aún se acuerda de «cuando vine con una mochila y un bocadillo y dormí sobre el cemento del colegio».

A pesar de que acampar fuera de las zonas indicadas por el Ayuntamiento de Ribadesella es motivo de multa, Iván Prado y sus tres amigos, todos de Gijón, esperaban ayer aparcados muy cerca de la playa a que las plazas se agotaran y así practicar la acampada libre. «La Policía nos dijo que hoy (por ayer) ponen multa, pero que cuando estén las acampadas llenas, nos pongamos donde queramos», explicaron, a la vez que bajaban el volumen de la música que salía de su coche, algo sin duda necesario para seguir la conversación. Quienes se adelantaron pudieron encontrarse con que no tenían tienda al regresar. Agentes municipales retiraron algunas ayer en la zona de El Cobayu, a la salida de Ribadesella.