Margarita Landi era un mujer pequeña, muy bella y con mucho carácter. En su vida como periodista y criminóloga nunca se le puso nada por delante. Abrió, en una época difícil, puertas que hasta entonces habían estado cerradas para las mujeres. Su hijo Ángel Torres la recuerda como una mujer que «lo pasó muy mal, pero tenía mucho empuje», y asegura que «fue una mujer libre, que en la época en la que vivió ya era mucho decir».

El palacio de Valdecarzana de Avilés alberga hasta el 19 de agosto una exposición dedicada a Margarita Landi, más conocida como «la Landi», una periodista y criminóloga que durante años recorrió la geografía española para narrar los crímenes más sangrientos, y que estuvo vinculada a Asturias por su nuera, sus nietas y sus bisnietas, que aún viven en el Principado.

Margarita Landi se quedó viuda a los 20 años en una España donde, como su propio hijo afirma, «una mujer no podía hacer nada, aunque ella lo consiguió». Escribía relatos de crímenes, fumaba en pipa, llevaba pantalones y colaboraba con la brigada de investigación criminal. A esta periodista madrileña, que terminó dejando una extensa familia en Asturias, no se le puso nada por delante.

Al más puro estilo de Truman Capote, «la Landi» se desplazaba a donde hubiera un asesinato, hablaba con todos los vecinos, conocía a los familiares, recorría los alrededores y describía en sus artículos el escenario del crimen de tal forma que conseguía llevar al lector hasta el lugar de los hechos.

Margarita Landi fue una institución en el mundo del crimen. Entrevistó a todo tipo de personajes del mundo de la delincuencia y se ganó el respeto del «lado oscuro». Como ejemplo sirven dos anécdotas que su hijo guarda en la memoria: «Una vez entrevistó a un palanquista en la cárcel y éste le recomendó que pusiera un retrato suyo en la entrada de su casa para que al reconocerla nadie entrara a robar. Y en otra ocasión un ladronzuelo intentó quitarle la cartera en un autobús de Madrid y ella le advirtió de que tuviera cuidado en "germanía", la jerga propia de los presos y criminales, lo que dio pie a que la conociese y a que le devolviera sus pertenencias». Landi vivió enamorada de su profesión. «Decidió ser periodista en un país en el que no se leía y en el que las mujeres no podían escribir», subraya Torres.

En una de las vitrinas de Valdecarzana se pueden ver todas las máquinas de escribir que Landi utilizó en su trabajo, incluso un pequeño ordenador de la etapa más reciente. La exposición parece la de un espía de los años 50 del pasado siglo, con pequeñas cámaras de fotos y otros objetos curiosos que ella usaba en sus investigaciones. «Tenía un mechero con el que, cuando encendía su pipa, ya te había hecho una foto», evoca su hijo. Margarita Landi guardó todos los recuerdos de su vida y en el Valdecarzana también se puede ver su licencia de armas. «Trabajaba con la brigada de investigación criminal y era la única mujer que tenía un arma y la tenía de forma extraoficial», afirmó su hijo.

Al estilo Capote, Landi se desplazaba al escenario del crimen, hablaba con los testigos y llevaba al lector al lugar de los hechos