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Golpe de timón en el Sella

De los nervios y la tensión de la salida en Arriondas a la decepción de no poder culminar la prueba por una avería en la dirección de la piragua

Golpe de timón en el Sella

Que el Sella es imprevisible y que las cosas no siempre salen como una quiere son dos verdades casi tan universales como que el agua comienza a congelarse a cero grados. Son infinitas las leyendas que circulan en torno al Descenso: vuelcos, golpes, choques y piraguas rotas forman parte del imaginario colectivo del piragüismo. Ayer nos tocó a nosotras, y quedamos heladas.

Era la sexta vez que mi compañera Paula y yo tomábamos la salida en Arriondas. En las cinco ediciones anteriores habíamos logrado esquivar altercados y siempre habíamos podido competir hasta el final. Pero la fortuna que nos acompañó durante un lustro saltó ayer del barco. El timón -eje con el que se controla la dirección de la piragua- dejó de girar y la corriente nos arrastró de forma inevitable contra unas piedras, chocando con tres embarcaciones. El K-2 empezó a llenarse de agua y nosotras tuvimos que bajar como pudimos, quedando en una "sequera" en mitad del río.

El anual rito del Sella comienza realmente horas antes. El despertador suena para mí muy temprano. Por una vez, cumplimos el horario previsto y a las ocho en punto de la mañana las dos furgonetas rojas del Grupo Covadonga viajan ya hacia el oriente de Asturias cargadas de palas, mochilas e ilusión. Sobre todo ilusión. Ya en Arriondas, los nervios aumentan a medida que el reloj se aproxima a las doce del mediodía y la impaciencia se apodera de algunos compañeros de equipo, en especial de los que se estrenan en la cita.

Por fin llega el momento y las palas ya están en los cepos. Es el instante en el que, inevitablemente, todos los años se me ata un nudo al estómago. No sé si es por el público abarrotando el puente y las orillas del río, por las tensas conversaciones con las rivales o por las miradas de preocupación que cruzo con Paula. En ese momento lo único que deseo es haber llegado ya a Ribadesella y respirar al fin tranquila. Los Tritones, el pregón, los "¡viva!" y el himno no hacen más que encender aún más el nerviosismo.

Pero cuando me doy cuenta, vamos corriendo hacia la orilla, envueltas en una marabunta multicolor de piraguas y palas. El Sella ha arrancado un año más. Los primeros kilómetros son un terrible "¡sálvese quien pueda!", aunque a mí me encanta. Eso es lo que hace especial esta regata. Es adrenalina, es emoción y... es suerte. Una suerte que ayer no estuvo del lado de Paula ni del mío por culpa del timón. Nuestra primera reacción fue "impotencia". Así lo expresó mi compañera, entre sollozos, mientras intentábamos achicar el K-2. Después, la decepción, que aliviamos con un abrazo a nuestra llegada a Llovio.

Y ahora, la sensación de haber aprendido mucho. En el río hemos conocido la satisfacción del triunfo. Pero también hemos sentido la frustración de la que tanto hablaban las viejas leyendas del piragüismo. Lo que nos pasó este año a mi amiga Paula y a mí también forma parte del Descenso. Ahora sí podemos decir orgullosas que somos unas auténticas "selleras". Y que el año próximo volveremos a la batalla.

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