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En la guarida secreta del Cantábrico

El auge de los paseos en canoa por la costa asturiana, dirigidos por especialistas, permite descubrir parajes de difícil acceso como las grutas de la playa interior de Gulpiyuri, en el concejo de Llanes

Abajo, los participantes en la actividad acuática, entre rocas. Y, al lado, nada más llegar al arenal. miki lópez

Roque observaba el movimiento de las corrientes de agua que el mar arremolinaba en el extremo occidental de la playa de San Antolín. Tras ajustarse el chaleco, subió a bordo de su kayak y empujó la embarcación mar adentro dispuesto a cruzar el enorme arco natural que se abre en ese extremo del arenal y que hace de simbólica puerta al mar Cantábrico. Una puerta abierta a la naturaleza espectacular de los acantilados kársticos de paredes verticales, islotes de formas caprichosas y cuevas submarinas que afloran con la bajamar. Espacios mágicos a los que sólo se tiene acceso desde estas pequeñas canoas, de diseño específico para este tipo de travesías.

El kayak, la embarcación de origen esquimal y gran versatilidad, era uno de los elementos imprescindibles en el día a día de estos pescadores nórdicos. Los exploradores europeos apreciaron las virtudes de estas canoas de armazón de madera revestidas con pieles que permitían a los tripulantes moverse con facilidad entre los hielos y escollos, maniobrando con remos de doble pala. Hoy, los kayaks, construidos con nuevos materiales sintéticos, potencian aún más esas cualidades de agilidad en el agua y los convierten en la embarcación ideal para la práctica del remo en océanos abiertos y zonas costeras, que ya se oferta con éxito como actividad de turismo activo, incluso en aguas tan impetuosas como las cantábricas.

Silvia Gómez, de 21 años, es una monitora de piragüismo, técnica en actividades físicas en la naturaleza, que sabe explotar al máximo las virtudes del kayak para acompañar a Roque Martínez, Jandro Morilla, Calo Soto y Julio César López en la pequeña travesía que cubre la distancia entre el arenal de San Antolín y el Castro y Les Gaviotes, un espectacular islote con forma de arco del triunfo que es, además, uno de los emblemas de este tramo costero del oriente asturiano. Por el trayecto , los canoístas, exploran los recovecos que se abren en la base de los murallones costeros: cuevas, pasadizos y gargantas abiertas por la bravura del cantábrico. Lugares inaccesibles para cualquier otro tipo de embarcación, que convierten a sus tripulantes en privilegiados espectadores de un paisaje sobrecogedor, los mismos lugares en los que se gestan, en días de fuerte oleaje, los famosos bufones llaniscos, las columnas de agua a presión que emergen en la superficie de los acantilados empujadas a través de las chimeneas naturales que el propio océano ha ido excavando a lo largo de los siglos.

Pero, sin duda, uno de los lugares más extraordinarios que se pueden visitar en esta ruta marítima es la cueva que da acceso a la peculiar playa interior de Gulpiyuri, la cala sin horizonte a la que el mar accede a través de una estrecha garganta y por la que los canoístas más expertos, como Calo Soto y Jandro Morilla, entran no sin dificultad, especialmente durante los frecuentes días de viento Nordeste que levantan olas que rebotan contra los acantilados complicando aun más la maniobra.

Preparan su entrada. Con paciencia esperan frente a la grieta triangular que se abre en medio del acantilado. Aprovechando una ola las cuatro embarcaciones se introducen en la antesala que da acceso al agujero de salida a la playa. Ya en el interior, Roque, especialista en salvamento y socorrismo, observa la cadencia del oleaje desde la boca de la cueva que mira a mar abierto, esperando el momento idóneo para avisar a sus compañeros, que ya enfilan con sus kayaks la brecha de piedra que se abre a Gulpiyuri. Mientras aguardan, los piragüistas no pueden dejar de remar para contrarrestar la fuerte corriente que se forma en la espectacular antesala, iluminados por la luz tenue que se filtra por la gran chimenea abierta sobre la bóveda de la caverna. De pronto el mar se calma y Roque da la señal:

-"¡Ahora!".

Su voz retumba con potencia en el interior de la gruta y Calo y Jandro palean con fuerza poniendo proa a la cada vez mas angosta salida que les sacará a Gulpiyuri. Las remos golpean contra las paredes en el tramo más estrecho de la gatera El paso no es nada fácil. A parte de la destreza con la pala, necesaria para maniobrar el kayak por los enrevesados pasadizos calizos de la cueva, tienen que darse las condiciones idóneas que permitan el acceso a la playa interior: marea baja, un mar en calma y guías expertos son imprescindibles para llevar a cabo esta aventura que lleva a la memoria del visitante alguno de los relatos más extraordinarios de Julio Verne en sus imaginario viaje al centro de la tierra. En el último tramo del pasadizo y tras un giro de 90 grados, el Sol ciega a los remeros que, tras acostumbrar la vista a la fuerte luz exterior, redescubren la exuberante belleza de la cala ante la incrédula mirada de los bañistas que se acercan asombrados al agujero por el que fluye el mar y por el que acaban de salir dos canoas.

Los aventureros desembarcan apenas unos minutos, hacen unas fotos y vuelven rápido a los kayaks. Ha comenzado a subir la marea y no hay mucho tiempo que perder. Deben volver a salir siguiendo la misma ruta por donde entraron, otra vez pendientes de las indicaciones de Roque que, junto a Julio, siguen vigilando el mar desde el interior de la gran cueva. Repitiendo la maniobra salen de nuevo a mar abierto con la sensación que da el privilegio de disfrutar de la belleza de un lugar casi inaccesible, cuya visita con seguridad depende de una gran cantidad de factores y de la supervisión de profesionales como Calo Soto, director de la Escuela Asturiana de Piragüismo, una de las pioneras en ofertar este tipo de actividades que, al margen de experiencias como la de Gulpiyuri, son aptas para casi todo tipo de público y suponen para el visitante una espectacular visión de la costa asturiana desde una embarcación de fácil manejo y gran estabilidad.

Poniendo popa a la costa, Jandro, Calo, Roque, Julio y Silvia reman con suavidad mar a dentro. El oleaje pierde fuerza según se van alejando de los acantilados convirtiendo el océano en un interminable lago azul turquesa. El viento se calma y surge el silencio, una paz absoluta a menos de una milla de tierra. Con el horizonte a la espalda y la cálida luz del atardecer cayendo sobre el oeste, disfrutan del último espectáculo del día. Mecidos por la suavidad de las olas observan sobre la línea de costa y, sobre la sierra del Cuera, los perfiles recortados de los Picos de Europa levemente difuminados por la calima. La aventura, como la tarde, toca a su fin.

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