Los fuelles, roncones y punteros de gaitas artesanas asturianas, gallegas e incluso de países del Este, desembarcaron ayer en Gijón gracias a la marea del Festival Arcu Atlánticu. La música de la gaita se combinó con la exposición de oficios tradicionales como la cestería y el ambiente propició que en cada rincón de la carpa del Escenario Atlántico se dieran pequeñas clases magistrales. Como la que daba el luarqués, Vicente Alba, que lleva más de 50 años en el oficio de cestero, capaz aún de sorprender con las manos como al ponerse a elaborar un pequeño pendiente femenino en forma de cesto colgante.

Unos metros más lejos el gaitero Vicente Prado, el Pravianu, que en la actualidad es el más veterano en el oficio de construcción de gaitas, no dudó en exhibir su creación de hace ya casi 30 años, el puntero de llaves, con la que consiguió sacarle tres notas más a la gaita asturiana. "Logré la alteración del 'do sostenido' y de 'mi bemol' cuando antiguamente solo se tocaba en escalas mayores", recordaba ayer.

David Varela, músico y restaurador de instrumentos antiguos, desvelaba a los interesados el porqué de los colores azul y rojo en los tambores asturianos que le rodeaban, refiriéndose a que antaño "el ejército de infantería de Napoleón llevaba delante un regimiento de tamboriteros que iban identificados con la bandera francesa". El gijonés contó, señalando una raya amarilla pintada sobre el aro rojo de otro de los tambores: "supongo que ésta la dibujaron para simbolizar la bandera española".

Simón San José, artesano de percusión de Villaviciosa, centró su lección en los aros de los tambores: "son de fresno porque es una madera flexible que puede adoptar la forma curva", y, mientras tensaba los bordones de tripa natural, añadió que "los parches son de cabrito y la cuerda que utilizo es de cáñamo de yute".

La madrileña Ana García Cano y su marido Antonio Rubio, de visita en Asturias, gozaron en la carpa del Arcu Atlánticu: "tenía que haber más muestras de este tipo para que no se pierdan las costumbres regionales", aseguraba Ana, mientras su marido apuntaba que lo que más les había impactado era "el sonido tan particular de la gaita". Rodrigo Rodríguez paseaba por la exposición junto a sus dos hijas muy interesado. "He visto una flauta adaptada con digitación para tocar la gaita sin molestar a los vecinos", bromeaba el gijonés. Tradición, música y folclóre fueron los protagonistas de una mañana dedicada al oficio artesanal, trabajo en el que la gente prefiere observar antes que participar.