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Misión imposible

Serias dificultades en un baño portátil

Debe ser la Ley de Murphy. Es llegar la fiesta de Les Piragües y todos los baños de los bares de Arriondas y Ribadesella se ponen de acuerdo para estropearse. Nada da más pánico que encontrarse un cartel de "fuera de servicio". Las alternativas se reducen considerablemente. Más aún en el caso femenino. La opción de "ir a un matu" a la que normalmente se recurre en las fiestas de prau -poco higuiénica por otra parte- queda descartada en estas villas urbanas donde impera el hormigón. Comienza un calvario hasta que los ves. De color verde y gris y una anchura escasamente superior al metro: son los baños portátiles. Para unos pocos, una salvación. Para muchos, una misión imposible. Como a una docena de mentes pensantes se les ocurre la misma idea que a ti, no queda otra que hacer cola. Aunque nadie lo confiese, en esos momentos todo el mundo se hace la misma pregunta. ¿Dónde irán a parar los excrementos? Debe haber un agujero muy grande dentro. Si me caigo ¿quién me saca? Para llegar a la clásica ¿habrá papel? Por supuesto que no. También hay tiempo para el rezo: "por Dios, por Dios, que esté limpio" es el más utilizado. Una vez dentro, no queda otra que colocarse cuclillas, en una posición que cualquier profesional de la gimnasia rítmica envidiaría, para evitar el roce con la taza.

Si sobrevives, la experiencia es enriquecedora y provoca reflexiones profundas como, por ejemplo, el por qué en pleno Siglo XXI, época de drones y teléfonos inteligentes, seguimos con estos baños portátiles.

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