Alfonso Morís es el hombre que anoche estaba detrás de los fuegos artificiales de las fiestas de San Agustín, en Avilés. Para que todo salga a la perfección, para hacer que la peligrosa pólvora haga cabriolas sobre la negra piel de la noche, Morís tiene una clave: "Hay que ser una persona muy centrada, fría y sin miedos. Pero, pesar de eso, yo mismo he tenido algún que otro susto". Este maestro pirotécnico, uno de los cuatro que hay en Asturias, asegura que la fabricación de fuegos artificiales "es algo sencillo", no es cosa "de magos". Estos son sus secretos.

"La elaboración básica de un fuego artificial es muy sencilla, sólo se necesita una carcasa, pólvora negra y pólvora de color, papel y la mecha", explica Morís, que se enamoró del arte de la pirotecnia con sólo seis años. "Empecé por vocación cuando era chiquillo y no quería quemar petardos, lo que quería era fabricarlos", confiesa.

La base de todo explosivo siempre es la carcasa, que "casi siempre es de cartón y de forma esférica. Se divide en dos semiesferas. Una de ellas es ciega y la otra tiene espoletas para que conecten con la pólvora del interior y así explote". Cada semiesfera se debe rellenar con bolas de pólvora. En primer lugar, las bolas de color se colocan alrededor de las paredes de una de las semiesferas. "Este tipo de pólvora hay que impregnarla de polvo negro por fuera para evitar que se enciendan. El roce entre las bolas de color podría provocar que se activasen antes de lo esperado. Cuando se enciende pega un petardazo del diablo", advierte Morís.

Una vez que las paredes de la semiesfera están forradas se debe añadir la parte más explosiva del artefacto: la pólvora negra, envuelta en papel de cebolla o papel muy fino, que sea de fácil combustión. El proceso se repite con la otra parte de la carcasa y una vez que se completa, se juntan las dos semiesferas y se cierra el cartucho. Cuando se finaliza el barreno sólo hace falta ponerle la mecha y, para evitar tener que encender uno a uno todos los explosivos, se conectan entre sí. "Todos está mecanizado y para prevenir riesgos, las mechas están comunicadas. Después de unirlas se meten en los cañones y luego ya toca disfrutar", concluye el pirotécnico candasín.

Todos los fuegos de artificio siguen los mismos patrones de fabricación. Pese a ello, existe una gran variedad de dispositivos con mil maneras de explotar diferentes. En los últimos años los fuegos artificiales más reclamados eran los "sauces". A imitación de este árbol, la estela "caía" como las ramas del sauce. Ahora, indica Morís, la palma se la llevan los "kamuros". Se fabrican con pólvora negra, hollín y titanio. Se han hecho muy populares por su efecto plateado, que permanece más tiempo en el cielo. "Antes era imposible ver una salida de fuegos sin sauces y ahora el clásico obligatorio son los kamuros", señala Morís. Los fuegos artificiales llamados "intermitentes" son otra de la tipologías más atractiva y populares. "En estos, la pólvora en lugar de arder entera lo hace a fogonazos. Produce un efecto precioso. Los alemanes y los italianos son auténticos expertos en este estilo", comenta el pirotécnico.

Los fuegos artificiales que tan solo reproducen puntos de color en el cielo se denominan "peonias". Muy similares son los "crisantemos", que a diferencia de los anteriores, desprenden una estela que precede a los puntos de color. También están los "crosetes" que, gracias a la disposición de la pólvora en una estructura cilíndrica, al estallar dibujan una cruz. Además, otra de las tipologías más interesantes que fabrican Morís son los fuegos artificiales acuáticos. "Son muy especiales y no los hay de serie, son exclusivamente hechos por mí y fabricados para que puedan explotar desde el agua", señala.

Los materiales son la mayoría de importación China, aunque "los alemanes cada vez tienen más negocio, también son grandes expertos y tienen buenos materiales". Estos artefactos, dependiendo del calibre, contienen desde 30 a 80 gramos de pólvora, compuesta básicamente por azufre, carbón vegetal y nitrato de potasio. "Las cantidades de pólvora son altas, la mayor preocupación que tenemos los pirotécnicos es que llegue abajo ardiendo", señala Morís. Y es que, actualmente en un lanzamiento de fuegos artificiales las distancias de seguridad mínimas oscilan entre los 120 y 130 metros. "Antes tirabas lo que querías, ahora todo está muy restringido y controlado", comenta.

Morís aprendió de los maestros pirotécnicos. "Era muy difícil sacarles información, pero yo tenía un truco con el que casi siempre picaban, les decía que yo hacía mis pequeñas pruebas pero que todavía no controlaba mucho. Así que ellos acababan corrigiéndome. Y entonces yo tomaba nota", explica.