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Kivalina, Al Capone y Saint Pierre

La vida crece y se encoge y las islas también

Kivalina, Al Capone y Saint Pierre

Kivalina se asoma al mar de Bering, que terminará engulléndolo. Kivalina parece el nombre de una princesa de cuento, pero en realidad es un pueblo de trescientos y pico habitantes que se quedarán sin pueblo porque el hielo derretido es implacable y el cambio climático también. Kivalina está en Alaska. Saint-Pierre y Miquelón, no: forman un archipiélago a 25 kilómetros de Terranova. Durante la Prohibición -entre 1920 y 1933- estas dos islas se hicieron millonarias. Son territorio francés, lo último que le queda a la Grandeur de su paso por Canadá. Dos islas de nada y 5.000 habitantes, una colectividad de ultramar que manda incluso un diputado y un senador a París. Fueron almacenes y destilerías de la mafia porque en Francia era posible brindar en aquellos años sangrientos y ahogados por la moral perfecta. Un día, el gobierno de Estados Unidos trató de evitar que las dos islas continuaran saltándose la Ley Seca. Los franceses se rieron en la cara del representante de Washington? y siguieron brindando por Al Capone, que conoció el archipiélago en un viaje de negocios. La derogación de la Ley Seca dejó a Saint-Pierre y Miquelon sin futuro, a Al Capone sin producción y a los norteamericanos, en la pobreza. Los de Kivalina, mientras, vivían de la pesca y eran ricos. En diez años todo se acabará para los kivalinos. Y todo habrá sido nada.

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