Nadie pagaría 11.000 euros por un queso Cabrales de dos kilos y medio. Casi nadie, porque estas son las cifras que se alcanzaron ayer en la 46.ª edición del certamen que decide cuál es el "mejor queso del mundo" en esta especialidad, única del concejo cabraliego. El empresario Juan Carlos Rubio, de Salas y propietario de los restaurantes Couzapín y Carlos Tartiere de Madrid, tenía claro que se llevaría la mejor pieza "sí o sí". Un queso de récord donde el kilo salió a 4.400 euros.

"Vine sin límite de dinero", explicó después de una subasta que duró dos horas y exprimió a los cuatro pujadores. La familia que regenta la quesería Vega de Tordín, de Arenas de Cabrales, asistió atónita a la imparable subida del precio de su queso, madurado en Carreña de Cabrales durante cinco meses y elaborado con la leche de sus propias vacas.

El mismo empresario pagó el año pasado 3.100 euros por la mejor pieza de la anterior edición (de la ganadería Arangas) y se batió en duelo con otro restaurante de la capital española, El Ñeru, y con la tienda El Cantu la Llera, presente en Oviedo y Gijón. El cuarto pujador, el restaurante riosellano Casa Tista, dejó de pujar en cuanto las cifras comenzaron a dispararse. "Es igual que si lo comprásemos todos, lo importante es promocionar el producto, Asturias y motivar al fabricante", expuso Rubio con su flamante queso en la mano, al que considera "una inversión". Los clientes y amigos de los dos restaurantes podrán degustar durante el próximo mes un producto millonario, pues casi alcanza los dos millones de las antiguas pesetas.

La segunda mejor pieza del certamen fue para Ángel Díaz Herrero, de Tielve, localidad de donde también procede el tercer premio, entregado a la quesería Valfríu. Los productores de Vega de Tordín hicieron ayer pleno, pues también se llevaron el primer premio (I Memorial "Kiko Prieto") al mejor lote de quesos. El segundo puesto fue para la quesería Maín de Sotres (de Jéssica López, presidenta del Consejo Regulador del Cabrales) y el tercero para la quesería Valfríu de Tielve.

Al certamen se presentaron diecisiete queseros, el mismo número que en la anterior edición pero con dos nombres nuevos: un estreno y el de Vega de Tordín, la quesería ganadora, que reabrió sus puertas el pasado 28 de octubre, después de que una gran avenida de agua fruto de la rotura de un canal de la hidroeléctrica de Arenas les destrozara las instalaciones el 11 de septiembre de 2012.

La alegría de Dorita Díaz Posada y su familia fue inmensa y la quesera dedicó emocionada el premio "a mis antepasados, a mi güela Carmen Díaz Alonso y a mi madre, Isadora Posada Díaz, que me transmitieron esta pasión y este arte" de hacer queso cabrales.

Díaz Posada acudió a recoger el premio con la ropa de faena, pues la noticia le pilló trabajando en la quesería. "Para tener una buena producción hay que contar con buena materia prima y luego mamarlo, llevarlo dentro con ilusión, esmero y constancia", describió emocionada la quesera. El ganador es, a su juicio, un queso "fino, suave y agradable, que invita a comerlo. Tiene sabor a fruto seco y un ligero picor en la boca", añadió. Estas cualidades convencieron al jurado, integrado por diez expertos catadores, algunos de entidades tan reputadas como la DOP Arzúa Ulloa o el Círculo Gastronómico de Quesos Asturianos. El secretario y gerente del primer organismo, Óscar Pérez Ramil, pudo "apreciar distintos tipos de elaboración y maduración" y dio una puntuación alta "a tres o cuatro quesos". Sólo en dos candidatos detectó "defectos en la textura" y calificó el nivel, "en general, muy bueno".

A pie de puesto los productores detectaron un repunte de las ventas respecto al año pasado. No tanto en la feria cabraliega, que suele funcionar bien, sino en las de concejos cercanos. "Este año se notó una mejoría, las ferias remontaron bastante", explicó Andrea Fernández, cuyo queso se llevó el premio a la mejor pieza en 2015. A esta edición llevó 170 kilos que se fueron vendiendo a buen ritmo a lo largo de la mañana. También Jéssica López despachó su producto con agilidad, pues a la una de la tarde ya no tenía ni uno solo de los sesenta kilos que llevó al certamen. Los productores unificaron los precios y vendieron el queso "normal", de menor tiempo de maduración en cueva, por veinte euros el kilo. El "reserva", que algunos también bautizaron como "selección", se vendió a 35 euros el kilo. Claro que, por bien que fuera la caja, nada comparado con los 11.000 euros que ingresó el Consejo Regulador del Cabrales tras una subasta que va camino de la leyenda.