Vengo de quemar en la hoguera las Bruxas de Barro, una fiesta ancestral y llego con la intención de proclamar mi admiración por una de las delicias de esta tierra, el queso. Y es que en este concejo quizá no tengáis brujas pero tenéis magia. Tenéis el Urriellu, el Cares y el Cabrales, tres maravillas universales.

Presumían Pedro Páramo y Aquilino Alejos de que los cabraliegos erais los más ricos de Asturias. Lo que no dijeron es que también debéis de ser los más sanos, criados conviviendo a diario con el Penicillium. Ese hongo que convierte a Cabrales en lugar universal, en capital de la gastronomía, en santuario de la exquisitez.

Venir a estos parajes tiene un punto de misterio. Sobre todo si te acercas en invierno, tiempo de brumas, de lluvias y escasa luz del sol, cuando los días son cortos; si lo haces en verano porque los colores son intensos, el verde de los montes tapados por los árboles, el naranja de los atardeceres, el azul del cielo que ilumina los picos grises que recortan el paisaje.

Vengas cuando vengas te das cuenta que el acceso es especial. Y cualquiera de los caminos hacia el célebre queso tiene su encanto.

Untar Cabrales era "el rito de una secreta religión", decía hace años Carlos Carnicero en esta misma tribuna. Es como la poción mágica que preparaba el druida Panorámix para los bravos galos en la aldea de Astérix. El Penicillium pone en valor a los cabraliegos.

Hablando de tiempos pasados. Hace unos sesenta años organizábamos una pequeña excursión desde Barro para saborear los manjares que nacían en el entorno de los Picos de Europa. Subíamos por la carretera del río Las Cabras, atravesábamos Las Estazadas, recorríamos la ribera del Cares y nos mareábamos curveando por el desfiladero de La Hermida para llegar a los campos de la Liébana. En Potes comprábamos garbanzos, chacina, hogazas de pan "bregao" y orujo. Y a la vuelta nos proveíamos de Cabrales en Arenas.

Años más tarde, hace unos cincuenta, conocí la tercera maravilla de esta tierra: el desfiladero del Cares. La ruta más espectacular, la "garganta divina", esa maravilla de la Naturaleza que hace más emblemático este municipio.

Como habréis observado no hablo sobre la elaboración del queso, de su composición, de sus leyendas blancas y negras. Cómo voy a explicaros a los cabraliegos, a los amantes del Cabrales, cómo es vuestro sublime manjar. Vengo a gritar al mundo que estamos en la mayor mancha quesera del Europa, Asturias, donde se producen unos cuarenta tipos de quesos, blancos, roxos, secos, grasos, frescos, ahumados, picones, azules? quesos que besan los paladares de los buenos comensales. Vengo a vocear al mundo que estamos en la capital del más natural de los quesos artesanos, en la capital de la región más quesera de Europa. Que el Cabrales es un "producto diferenciador", como proclamó aquí Emilio Serrano. Que puede servir de aperitivo, ser un componente singular de imaginativos platos o magnífico postre de una inolvidable pitanza. El primero de la mesa o el colofón de un menú con fabes, o con cachopu, salmón, y sidra, con frisuelos o con arroz con leche. Con todos o con cualquiera de ellos. Un queso suave, cremoso, agradable, un sublime epílogo de cualquier banquete, de inolvidables celebraciones.

Espero que para que prosiga la tradición de este queso aparezcan nuevos artesanos, cabraliegos de las nuevas generaciones que sin romper el ancestral sistema de elaboración y apoyados en las nuevas tecnologías, difundan la bondad del Cabrales, su categoría, su expansión por los mercados del mundo. Que festejar algo con Cabrales sea un lugar común en el planeta de la gastronomía.

¡Viva el quesu Cabrales y vivan los cabraliegos!