El muro de Berlín y, más recientemente, el que Donald Trump quiere construir entre México y Estados Unidos, han servido como símbolos de separación entre pueblos y culturas. Ayer, en Pravia, la organización del Xiringüelu separó a los más tradicionales, los que viven la fiesta desde las casetas, de los que prefieren introducirse en el macrobotellón que año tras año se genera, creando más tensión que nunca. "Si vas con bolsas o con alcohol te echan a la parte del botellón y no te dejan pasar a las casetas", denunciaba Lidia Sánchez. A lo que Natalia Montes, otra de las jóvenes participantes en la fiesta añadía: "Yo he estado este año en Estados Unidos y hacer muros como Trump no tiene ningún sentido porque crea mal rollo y discusiones con los que no pueden pasar".

El ambiente quedaba enrarecido por la confrontación entre los que levantan su tenderete y los que obvian esta posibilidad y prefieren el ambiente masivo. Las opiniones del lado de los que año tras año llevan viviendo la fiesta en sus casetas era contraria al botellón. "Recuerdo que siempre bajábamos al prao con los abuelos, padres y tíos. Ahora la cosa ha cambiado. Antes se venía más de espicha, hacíamos paella y costillada. Nos da un poco de pena ver en qué ha degenerado. Si no viniéramos, al final no quedarían representantes de la esencia de la fiesta", asevera Carmen Díaz, mientras baila al son de las charangas que animan el cotarro festivo.

Desde una de las casetas fronterizas con el "muro" invisible, Carlos Fernández, de la peña "Los Pelazos", proclamaba: "Trump, a su manera, quiere hacer América grande otra vez. Nosotros, con mejores modos, estamos tratando de hacer el Xiringüelu grande de nuevo. Debemos recuperar la esencia de esta fiesta, que en la última década con el botellón tan masivo ya no es lo que era". Precisamente, esta peña lucía en sus camisetas la foto del actual Presidente de los Estados Unidos, acompañada del ingenioso lema "Make Pelazos Great Again".

En este contexto de protesta, también había quien prefería templar los ánimos y apostaba por una integración sostenible. "Pienso que todos convivimos perfectamente. Nuestros hijos están en la otra parte. De lo único que nos aseguramos es de que estén alimentados, porque al final ellos traen mucha sidra pero nada de comer. Eso como madres tenemos que vigilarlo", comenta Montse Menéndez. Precisamente en su emplazamiento invitaba a que todos los presentes degustaran paella, tortilla y chorizo.