Tres cuartos abundantes de entrada en El Bibio, para asistir a la corrida de rejones. Formaban el cartel dos portugueses y un extremeño, Rui Fernandes, Diego Ventura y Leonardo Hernández. Toros de Pallarés. Segundo apunte: el reloj de la plaza sigue con seis minutos de retraso.

Paseíllo de lujo por lo vistoso, ya que Rui Fernandes iba vestido al estilo del siglo XVIII, con sombrero de tres picos y casaca bordada. Diego Ventura llevaba zahones y Leonardo Hernández traje corto campero. Los caballos bellamente enjaezados, sobre todo el de Rui Fernandes, con penacho de plumas en la cabeza.

Punto y aparte, una corrida con seis toros de rejones, significa una sobredosis. Aunque en este caso el ganado resultara decoroso, sobre todo el segundo toro y el cuarto, un cárdeno salpicado de casta.

Rui Fernandes pasó por El Bibio con más pena que gloria. No se le vio nada digno de mención salvo la puesta en escena. Lució hermosos caballos pero sus faenas fueron anodinas. En una palabra, aburrió.

Diego Ventura tiene la suerte de cara en la feria deBegoña. Salió por la puerta grande sin merecerlo, es decir, su segunda oreja fue un regalo del público, ratificado por el presidente. ¿Cómo se puede premiar a un señor que puso el primer rejón en el costillar del toro? Somos unas madres. En su primero estuvo correcto, siguiendo la línea fácil, y viniéndose arriba con el entusiasmo del público respecto al espectáculo que ofrecían sus caballos. Quiebros en la cara del toro, giros en plena carrera, molinetes... Los trotes al bies ante su perseguidor nos recordaron el vuelo de los helicópteros.

Pero el verdadero triunfador de la tarde fue Leonardo Hernández. El único que supo dominar al caballo sólo con su cuerpo. En su primero hizo una faena gris, rematada con una estocada trasera que precisó cinco descabellos. Pero en su segundo, iba todo por el mismo camino cuando brotó una voz entre el respetable diciendo: "enséñales a los portugueses como se ponen las banderillas a dos manos". Dicho y hecho. Con obediencia militar, cogió los rehiletes, uno en cada mano y citando al toro puso un primer par primoroso. Repitió dos veces más. En la suerte de matar, tras un pinchazo que dio en hueso, clavó una estocada que hizo rodar al toro. Una oreja bien merecida.