La historia de "Dirty Dancing" es una historia de saltos. Y no sólo por el emblemático "porté" del final del espectáculo que arrancó al teatro Campoamor una sincera ovación. El espectáculo dirigido por Federico Bellone también supone un salto generacional. Entre los espectadores de un abarrotado patio de butacas varias generaciones disfrutaron ayer del estreno de un musical que engancha a padres y a hijos gracias al poder de la música y la potencia de su mensaje: todo el mundo puede lograr su sueño, por imposible que parezca.

El clásico del cine de los 80 llegó a Oviedo para narrar la historia de amor entre la joven Frances "Baby" Houseman, interpretada por Laura Enrech y Johnny Castle, al que le dio vida José Antonio Domínguez. Fue pisar el escenario con sus gafas de sol y sus aires chulescos y entre el púbico ya se escuchó algún "qué bueno está".

El espectáculo de más de dos horas arrancó con un pequeño problema técnico, que solventaron rápido. A partir de ahí, los bailes se sucedieron de la mano de canciones icónicas de la película como "Be my babe" o "She is like the wind". El ritmo de la función, al margen de la música, fue trepidante. Las escenas se encadenaban unas a otras a la perfección gracias al hilo conductor que otorga la música y una increíble puesta en escena. Tres elementos giratorios permitieron pasar de una escena a otra sin cortes y mantener al público con la atención constante en la obra, a pesar de ser una historia de sobra conocida por todo el público.

La primera parte de la función estuvo destinada a presentar a los personajes y todas las historias paralelas que giran en torno al romance entre los protagonistas. Durante el descanso hay quien calificó la primera hora de espectáculo como "lenta" pero "muy fiel a la película". Aunque el personaje de "Baby", la protagonista, cayó en varias ocasiones en un registro cómico con sus movimientos torpes y contenidos que no resultan fieles a la fragilidad sutil del personaje en la película.

En la segunda mitad de la función llegó la marcha. Comenzó a apreciarse ese carácter reivindicativo del largometraje ambientado en el verano de 1963, en el lujoso hotel de Kellerman's en las Catskill Mountains de Nueva York. La lucha de clases y la decisión de una mujer de enamorarse del hombre que quiere en contra de lo establecido afloraron con fuerza para alcanzar el punto álgido en un salto. El salto.

El pasillo del patio de butacas se iluminó y entonces entró, él, Johnny Castle. El público gritó -casi tanto como lo hizo en el momento en el que al bailarín se le vio el culo al levantarse de las sábanas en una de las escenas de cama-. Sonaban los primeros acordes de "(I've had) the time of my life" y comenzaron a sentirse los golpes en el suelo. El público marcaba el compás con los píes y soltaba de vez en cuando un aplauso espontáneo. Hasta que llegó el momento del "porté" y el Campoamor estalló. Desde ese momento y hasta el final, el teatro acogió una auténtica fiesta. Los actores pusieron al público en pie y en un aplauso mutuo terminó la función. Se oyó un "otra", como en los conciertos, pero nunca llegó. Hoy habrá nuevo pase.

"Dirty Dancing" estará en el teatro Campoamor hasta el próximo día 8 de julio. Hoy el pase será a las 20.30 horas; el viernes y el sábado habrá doble función a las 18.30 y a las 22.00 horas. El domingo, día 8 de julio, el espectáculo dará su última función a las 17.00 horas.