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El placer de pasear por la ría cada día

"Relaja mucho, aunque a veces hay mal olor", señalan los aficionados a caminar junto al estuario avilesino

Montse García y Arantxa Carreras, habituales del paseo de la ría de Avilés. RICARDO SOLÍS

La ría de Avilés ha sufrido un importante lavado de cara en las últimas décadas. La escultura "Avilés" -nombre oficial del monumento constituido por tres conos de óxido-, instalada en 2005, o la "Ruta del acero", con antiguas piezas de Ensidesa, de 2010, adornan la que tradicionalmente ha sido la arteria aorta de la economía de la ciudad. El Paseo es la prueba del compromiso que existe por un cambio de rumbo, y son centenares los vecinos que lo transitan a diario. "Es un lugar para relajarse", señalan muchos.

Como otros asiduos de la zona, Manuel Naval dedica entre una y dos horas cada mañana a recorrer el trayecto de un extremo a otro, hasta dos vueltas seguidas, y hacer así algo de ejercicio, siempre que el tiempo acompañe. "Si llueve, no hay sitio para atecharse", se lamenta, recordando las veces que ha tenido que volver a casa antes de lo que le gustaría. Por lo general, camina por su cuenta y sin prisa: lo importante es ajustar el paso para ir a su propio ritmo. Asegura que es habitual encontrar bastante afluencia. "Aunque ahora hay menos gente desde que los niños tienen vacaciones", matiza.

El trayecto más popular se extiende desde el puerto pesquero y la rula hasta el antiguo hospitalillo de Ensidesa y el poblado de Llaranes. El tramo que parte del puente de San Sebastián -la plataforma de varios colores que da acceso al Niemeyer- hacia el interior es donde más se pueden percibir las secuelas de la industrialización. "Venimos a hacer un poco de deporte, aunque a veces huele que apesta y tenemos que dar la vuelta", se quejan Montse García y Arantxa Carreras, que se reúnen diariamente para hacer el recorrido. "Si vienes corriendo, te duele hasta la cabeza", afirman, mientras se compadecen de los animales, patos y muiles, que habitan en el lugar. "El mal olor llega hasta Trasona", cuenta Juan Manuel Abadín, quien, con 64 años, hace estiramientos para preparase a afrontar la variante de la ruta que se prolonga hasta Corvera.

Originario de San Juan de Nieva, rememora con nostalgia cuando aún se podía pescar en el pueblo vecino. "No hacía falta venir a comprar el pescado a la plaza", asegura respecto a la salubridad del entorno. Ya jubilado, prefiere la carrera en solitario y rehusa la competición: "La gente se pica, se calienta, rivaliza a ver quién corre más. Luego vienen los tirones y las agujetas". Además, denuncia que muchos ciclistas invaden la parte peatonal, a pesar de que las señales de prohibición son perfectamente visibles.

Los paseantes coinciden en valorar como positivo el espacio público habilitado para disfrutar del aire libre, si bien echan en falta un mayor control de vertidos y una limpieza más profunda de las aguas y del ambiente. Y es que, pese a los esfuerzos por acondicionar el área con sendas pavimentadas y esculturas, a la ría de Avilés todavía le cuesta quitarse de encima el sambenito de la contaminación.

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