Todo un mar separa a Luanco de la "pérfida Albión", pero con puntualidad británica se desarrollaron los hechos en la procesión de la Virgen del Carmen. A las seis y media estaba prevista la misa en el muelle viejo y justo entonces la imagen entraba en su jaima, ajena a la paradoja de ser acogida bajo construcción más morisca que cristiana.

Acudieron numerosos fieles a seguir la ceremonia. Acudió el coro de la iglesia a dar alegría al evento. Y no faltó un calor "de la virgen" que tuvo su primera víctima coincidiendo con el inicio de la misa. Un buen hombre que estaba siguiendo la ceremonia requirió la presencia de Protección Civil y tuvo que ser evacuado en ambulancia al centro de salud.

Mientras tanto, a la sombra, a punto estuvo de dar un susto un viejo conocido: el micrófono abierto. Las instrucciones entre los cooficiantes salían por los altavoces hasta que los organizadores, a la carrera, acudieron a avisar. Un simple susto. Amén.

Lo más emotivo llegó con la procesión por el Cantábrico. Llevada hasta el mar, la imagen subió a la embarcación presta a llegar a la isla a la que da nombre. Ella y otras 26 personas. Un número como otro cualquiera, pero que trajo polémica. Porque al llegar a 26 pasajeros, se cortó la entrada y quienes quedaron en tierra no lo hicieron muy a gusto. Protección Civil quiso poner calma religiosa, pero estas cosas pasan una vez al año y... Otra vez será. No faltaron las autoridades civiles ni religiosas. No faltó Mercedes Fernández, presidenta del PP, que prefirió buscar refugio en la Virgen del Carmen y no en Santa María.

Las sirenas de las treinta embarcaciones que esperaban en el puerto saludaron la llegada de la Virgen al barco. A su alrededor, emprendieron la procesión hacia el puerto nuevo, en primer lugar, para virar a la isla del Carmen, donde una oración y unas flores entregadas al mar saludaron a tantos y tantos marineros fallecidos.

Con el deber cumplido, la expedición retornó al muelle, donde la multitud aguardaba de nuevo para recibir con aplausos la arribada. No hubo mareos y todos regresaron a tierra. Las mismas dolientes mujeres que reclamaban haberse quedado en tierra pese a portar a la Virgen, se echaron otra vez a hombros la imagen. Con devoción y sin rencor, la imagen volvió a su morada. Ponía punto final así a las fiestas que Luanco le brinda cada año. Al menos en lo religioso, porque la jornada aún prosiguió con la celebración del desfile de carrozas, suspendido el domingo por la tormenta. Ante la Virgen no hubo agua y las cuatro divertidas carrozas recorrieron las calles de Luanco para dar paso, esta vez ya sí, al broche final de la fiesta con una verbena en la Plaza de la Villa. A partir de hoy, los vecinos descansarán en paz. En la paz de los vivos.