Ser libre conlleva ir en contra de cualquier precepto; la lluvia y el barro, por tanto, no deben significar obstáculo suficiente para interrumpir la ansias de vivir. El Motorbeach, con seis ediciones a las espaldas, sobrevive a pesar de la meteorología, porque los ideales van mucho más allá. "Es nuestra forma de vida, no podemos renunciar a ella". El lema que enarbola el vigués Sito Vázquez bien podría representar esta edición del festival, que se celebra en la playa de La Espasa (Caravia). "A quién le importa el barro haciendo amigos. Antes unos chavales se habían quedado atascados al entrar y los remolcamos con el todoterreno. Ese es el espíritu: libertad y compañerismo", añade Vázquez.

Hoy, como ayer, el orbayu dio poco respiro en Caravia; la resaca de la primera noche dejaba escenas plagadas de largas tazas de café. En los campings, los más madrugadores empezaban a encerar sus tablas de surf, mientras comenzaron a rugir los motores de los aficionados a las dos ruedas. Aunque el tiempo condicionó el desarrollo de las exhibiciones en el circuito ovalado y las pruebas de surf, la consigna cantaba al optimismo: "olas pequeñas, cervezas grandes", coreó el púbico.

Cerca del mediodía los festivaleros, que mayoritariamente se resguardaban bajo la carpa central, comenzaron a salir de la cueva hechizados por la música. En los laterales, los puestos comerciales también se contagiaron de espíritu resucitador y corrieron la sidra y el jamón. "Es un pata negra de Salamanca, de lo mejor. Siempre traemos sidra, el jamón y nuestro rincón vip, una mini barra de bar de los años 70", relata Pablo Delgado.

Los playeros, botas y chanclas atrapadas en el barro no impedían a los parroquianos botar con "Los Duques de Monterrey", que tocaron ritmos mexicanos mezclados con inspiración rock. Visitantes foráneos no faltaron. Si los músicos venían de Centroamérica, Europa también estuvo bien representada. "Venimos de Francia. Consideramos que en un lugar que junta naturaleza, motos y música no podemos faltar", explica Ludovic Caroff en su lengua natal. También había lugar a la diversidad de edades, como en el caso del joven Javier Fernández, que junto a su padre acudía al festival. "Somos moteros padre e hijo. Me lleva en la suya desde pequeño, y yo tengo una pequeña. Venir aquí es una pasada para mi", comenta el pequeño.

En esta orgía de excentricidad amigable y familiaridad, tampoco podían faltar las "scootergirls" que llegaron sobre los lomos de sus motocicletas de baja cilindrada para animar a los presentes frente al escenario. Después de un rato de baile, el hambre comenzó a apretar, organizando un desfile de platos, cada uno con mejor pinta que el anterior, procedentes de las "food trucks" presentes en el festival.

La jornada, a la espera de la actuación de Wilco Johnson, fue un homenaje a los que no se amedrentan frente a las circunstancias. Como reza el lema del festival y reproducían los peculiares asistentes, "Molar is too hard" (molar es demasiado duro), y reportajear bajo la lluvia...todavía más.