La plaza Porlier de Oviedo se convirtió en la tarde de ayer, durante una hora, en un teatro con cuatro escenarios. En cada uno de ellos reinaba un genio de la música: Bach, Mozart, Brahms y Haydn. Y sus creaciones eran objeto de una doble actividad creativa: la de los jóvenes músicos, alumnos de los Cursos de Verano de la Escuela Internacional de Música de la Fundación Princesa de Asturias, que interpretaban las piezas; y la de un grupo de actores que las introducían, dramatizando momentos de la vida y la obra de los compositores.

Cada uno de esos cuatro escenarios ofrecía una experiencia distinta para el numeroso público que se acercó a Porlier. Primero porque en cada espacio reinaba un instrumento, y después porque también variaba el enfoque del actor. En el escenario de Joseph Haydn, Cristina Alonso interpretaba a Theresa Keller, primer amor del músico que posteriormente se metió a monja. Haydn acabó casado con su hermana, y la Theresa de Cristina Alonso no lo llevaba demasiado bien: "Se casó con mi hermana. ¡Con mi hermana! No es de recibo. Y después iba de flor en flor, amargándole la vida", lamentaba, entre las risas del respetable.

Tras el monólogo de la actriz, la cantante Laura Cruz Bautista y interpretaba el aria "Nun beut die Flur", acompañada por un piano. Para el grueso del público, el momento era grato, pero para unos pocos elegidos era algo más. Porque en cada escenario, en cada pase, un grupo reducido podía subir y disfrutar en lugar preferente del desempeño de los dos intérpretes, el teatral y el musical, que se combinaban en la representación. "Es como estar en medio del escenario, es algo especial", afirmaban Ana Hobdell y Santi Lamelas, al concluir uno de los pases.

En el espacio de Brahms, una viajera en el tiempo, encarnada por Verónica Gutiérrez, relataba un homenaje al compositor antes de que Pedro Álvarez Viña, al clarinete, interpretase el primer movimiento de la "Sonata n.º 2". Y en el de Mozart, era uno de sus personajes, el "Belmonte" de "El rapto en el Serrallo", con los rasgos de Enrique Dueñas, quien lamentaba la prematura muerte del divino "Amadeus", cuya música después dignificaría el fagot de Celia Sánchez-Montáñez.

En el cuarto escenario, era el propio Johann Sebastian Bach, con los rasgos de Manu Lobo, lamentaba no ser popular pese a tener un satélite con su nombre. "Es una iniciativa muy bonita y que a mi, como actor, me emociona. Primero porque, con la música, tienes un apoyo muy grande, es muy inmersivo, y después porque creas una conexión con el músico", explica Lobo. Su "partenaire" era Laura Parker, armada con su violonchelo. "Es una experiencia muy buena, muy bonita, en la que sientes la cercanía del público y se crea una conexión especial", celebra la intérprete.