Señores, no se puede consentir que dure una corrida tres horas, casi nos dieron las diez en la plaza. Para empezar, el reloj está ocho minutos atrasado, los areneros emplean una eternidad en su menester, y para colmo, ayer, una corrida de rejones es imposible que se lidie con toros que se acercaban a los seiscientos kilos. Son pesados y carecen de movilidad y, si además eran mansos de solemnidad, apaga y vámonos.

Había ganas de ver a Diego Ventura en El Bibio. Había sido el triunfador de la pasada edición y nos quedó el regusto de haber si repetía. Y repitió. Fue el triunfador absoluto de la trrde-noche. Algo que no hemos visto nunca en el Bibio: el desprenderse de los arreos del caballo para poner un par de banderillas a dos manos. Aquí no hay trampa ni cartón, amigos.

La terna la componía Andy Cartagena, Diego Ventura y Lea Vicens, nueva en esta plaza. El primero estuvo soso en su primer toro y se marchó sin trofeos. En su segundo se sacó la espina. Estuvo acertado y artista, pero no gustó la falta de respeto de ponerle un sombrero al toro. Le dieron dos orejas muy agradecidas; con una iba de cine.

Lea Vicens es una chica muy mona, tiene 33 años. Es una buena amazona, pero está muy verde. Lució preciosos caballos, pero sus faenas desentonaron con las de sus compañeros. No logró matar a ninguno de sus correspondientes desde el caballo, tuvo que efectuar la suerte suprema a pie, generando un desastre.

Diego Ventura, al que le tocó un manso, en su segundo, que no mostraba ningún interés por el caballo, no se resignó a irse de vacío, y en un gesto que le honra, pidió torear al sobrero. Y la armó. Estuvo inspirado, valiente y artista. Dos orejas y Puerta Grande.

Que vuelva.