Oskar Proy tiene una mirada directa y limpia, además de amigable y atenta. Absorbe con rapidez la belleza que le rodea y no deja de asombrarse con todo lo que le emociona. Apenas cumplidos los 19 años, asombra su capacidad de trabajo, la pasión que siente por la música y por la vida, y su persistencia y constancia a la hora de trabajar. Joven tranquilo y afable, a pesar del cansancio acumulado en tantos días de idas y venidas; de viajes, saludos, actuaciones, visitas y ensayos, no ha perdido jamás la sonrisa ante cualquier persona que se le acercaba para saludarle, darle un abrazo o un beso, o para pedirle una foto o un autógrafo, o todo junto.

En la sombra y junto a él ha estado su padre, Edgard, su primer admirador, además de su apoyo constante, y quien ha dejado, como tiene que ser, todo el protagonismo a su hijo, un joven que sabe disfrutar de cada pequeño momento que le da la vida, como él mismo afirma, y que se enamoró de Asturias y de su gente a los pocos minutos de pisar la tierra de su abuela.

De vuelta a Australia, y además de lo vivido, lleva todo lo que llegó a su corazón a través de su mirada. Una mirada que lo dice todo: asombro, cariño, simpatía, sosiego, cansancio, felicidad. No cabe duda de que en sus pupilas se ha quedado la Asturias que le asombró, la de su abuela Mónica y, ahora y para siempre, también la suya.