La legión romana desembarcó ayer en Gijón con toda su tropa por la Campa Torres a las órdenes del centurión Caius Sextius Barba. Proponían un viaje en el tiempo, hasta el siglo I antes de Cristo, para conocer de cerca cómo era la vida cotidiana en un campamento de la legión romana, cuyas unidades estaban formadas por sesenta centurias de 80 legionarios cada una. No faltaba tampoco el cuerpo de especialistas: escribientes, armeros, sanitarios y comerciantes y los artesanos.

-¡Mira papá, como Robin Hood!

-Son arqueros, no es Robin Hood. Son nuestros atepasados romanos.

El diálogo entre Alberto y Fernando Suárez -padre e hijo, madrileños ambos; el primero de 38 años y el menor, de 6- evidenciaba la diferente percepción para una y otra generación sobre la propuesta que presentaba la asociación cultural Kérberos para dar a conocer a los pobladores del castro de Noega.

Mientras padre e hijo deliberaban sobre los protagonistas de la recreación histórica, el centurión Caius Sextius Barba explicaba la labor de los legionarios que defienden el campamento y un soldado mostraba cómo se equipaban para la guerra con las armaduras, los escudos y las armas tradicionales. Cada legión tenía una dotación de 10 balistas mientras que las tropas auxiliares no disponían de artillería.

Los hombres de la guerra en Roma llevaban una capa y casco con un penacho transversal mientras que los legionarios llevaban como distintivo una cota de malla o de escamas sobre la que se ponían las decoraciones correspondiente. La mayor condecoración romana, explicaron los protagonistas de la recreación, era la corona cívica con hojas de roble, concedida a cualquier rango por salvar la vida a un camarada en combate.

En otra zona del campamento pudo verse cómo se entrenaban los legionarios y cómo realizaban la instrucción militar al mando de su centurión. Terminado el espectáculo, el público pudo examinar y probar los objetos expuestos. Fueron varios los que se interesaron por el onagro, una especie de catapulta con una honda detrás. Lanzaba piedras de 50 kilos, a unos 400 metros. Fue introducido a partir del siglo I después de Cristo. Buena parte de toda esa artillería era de diseño griego o macedonio. El niño Fernando Suárez volvió corriendo cuando les ofrecieron coger el escorpión, un arma que disparaba dardos-flecha de unos 70 centímetros a unos 300 metros de distancia. Estos dardos, de forma piramidal podían atravesar los escudos, armaduras y a los hombres de parte a parte sin ningún problema. Sin duda, otra forma de entender la guerra.