Antonio Alba -autor del reciente libro "Cascadas de Asturias, 32 rutas con cartografía", ofrecido por LA NUEVA ESPAÑA- recuerda con nostalgia los paseos por la montaña con su padre, por la sierra de su Madrid natal. Allí se aficionó a esto y nunca lo dejó. Lleva 10 años con la misma grupeta, recorriendo Asturias, siempre desde la perspectiva perfeccionista de ser vicepresidente de la Federación de Montaña del Principado. Allí llegó en los años 90, después de la dimisión de la directiva y de que "un amigo que la cogió quisiera preparar unas rutas". Antes fue funcionario en el gobierno regional, asumiendo la tarea de responsable de parques. Con todo, su felicidad está en las rutas, en esas dos veces a la semana que junto a Méndez y algún otro amigo se calza las botas, agarra el palo y sale sin ponerse hora de vuelta. Y el Tabayón del Mongayo es uno de los paseos que más disfruta.

Hojas caídas para amortiguar. Alba, con Méndez detrás, atraviesa la zona intermedia de la ruta.

Robles del Llanu'l Toru. Por la izquierda, Antonio Alba y Julio Méndez se deleitan ante la figura de un roble centenario.

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Por un camino de piedra caliza blanca resbaladiza y zigzagueante, se llega al destino. Suena una catarata, y el ambiente es francamente húmedo. Cuesta, es pendiente. Al final, el Tabayón del Mongayo, preciosa cascada que da nombre a la ruta que parte del pueblo de Tarna, en el concejo de Caso. Allí, al final, aunque sea el destino -metafórica y literalmente-, ni apetece tirar anillos ni se hace por ecología lo que algunos hicieron en Mordor -de acceso similar-, tierra imaginaria de las novelas de Tolkien.

Al llegar a Tarna, se echan en falta los techos de pizarra, entre tanta peña y a esa altura. El bar aún no está abierto para un lingotazo matinal; así que a tirar con agua, que es lo mejor para ir de monte. Esperan preparados Antonio Alba, vicepresidente de la Federación de Montaña, y su colega de rutas Julio Méndez.

Lo primero que hacen es mirar el cartel. "¿Qué hacemos, subimos hasta el robledal?", eso suma dos empinados kilómetros a la ruta entre hayedos. "Venga, porque no". A continuación, toca sacar el GPS. "Sin esto no se puede ir ni a comprar tabaco", bromea Méndez.

El camino empieza empinado, el destino aún está lejos. Sobre un suelo de hormigón rayado se posan las suelas vírgenes de los zapatos recién estrenados. "Llevamos yendo juntos 10 años y nuca discutimos, porque no nos gusta el fútbol y en política coincidimos", apostilla el madrileño Alba, que lleva muchos años en Gijón, ante la expresión jovial de Méndez, que nació y vive en la villa del Piles. Rápido, la conversación se intercala con jadeos. El principio del camino hacia el Tabayón es duro, "lo más complicado de la ruta", subraya el Vicepresidente de la Federación.

Tras pocos kilómetros, una señal te advierte del desvío hacia los Robles del Llanu'l Toru. No es un recorrido obligatorio, pero sí recomendable.

La subida se las trae. De la pista asfaltada se pasa al bosque puro. Tras veinte minutos de subida con porcentajes altos, se alcanza una especie de altiplano donde descansan erectos dos robles centenarios.

Los árboles, que bien podrían hablar y decir cosas intrigantes, se comunican por crujidos e inspiran al que los mira. Recuerda Alba que, hace años, "mantuvimos esto limitado a pocos visitantes y era un boom, pero cuando se liberó, la cosa bajó. Era el morbo de lo prohibido", sugiere.

Mientras, Méndez le da vueltas a algo: "¿Sabes que en la diada los catalanes celebran el aniversario de una derrota?", cuenta antes de resumir toda la historia. Alba mira sutil dándole el aprobado y, tras unos tragos de agua, toca volver al camino original.

Descendiendo por el bosque, comienza a oler raro. "Debe ser un 'Phallus Impudicus'", teoriza Alba. "¿Qué es eso?", preguntan los poco conocedores de las setas. En el bosque a veces no todo es lo que parece y Méndez da una explicación del nombre del hongo no apta para menores. El olor se va disipando a la vez que el canto de las águilas anuncia la llegada al cambio de superficie. A partir de ahí, todo es un bosque, a veces embarrado, pero siempre precioso, cubierto por hayas, cuyas hojas hacen que la existencia del cielo sea una mera intuición, un acto de fe como creer en hobbits y elfos.

De repente, la conversación nostálgica sobre cómo Antonio Alba hacía rutas de montaña con su padre por la sierra de Madrid torna en preocupación: "Cuando lleguéis a casa mirad bien que no se os hayan pegado las garrapatas". En ese momento, el cuello de los paseantes se vuelve un ápice más enhiesto que el "Phallus Impudicus" intuido previamente. "Eso (en referencia a las garrapatas) te manda para el otro barrio si te descuidas", concluye el experimentado montañero. Claro, el kilómetro final hacia el camino de caliza que lleva al Tabayón, está plagado de helechos, zona atractiva para los parásitos.

Tras acelerar para superar esa zona estrecha, empieza a oírse la cascada, más intensa que el arroyo que acompaña a los caminantes todo el sendero. La pendiente se incrementa de nuevo. Resbala, cuesta y recuerda a otros seres medianos que también habitaban comarcas en el mundo de Tolkien.

Al final, el Tabayón del Mongayo aparece grandioso ante la mirada. Refresca, por las salpicaduras del agua. Tras unos minutos inexcusables allí, es hora de volver. Se puede hacer de manera circular -"no tan bonita"- o por el mismo camino, que descubre nuevos colores y también conversaciones.

Una nueva cuesta acelera el proceso. Jadeando, Méndez, espontáneo, hace un comentario respecto a la forma física. Tampoco apto para menores.

Hay risas generalizadas, gozo y celebración. Llegando a Tarna, Méndez reconoce leer LA NUEVA ESPAÑA a diario y se alegra de que la ruta realizada sea la cuarta más votada en la encuesta de este periódico a cien expertos. Ya en el pueblo, como en la Comarca, la vida sigue al margen del paseo. Con unas cervezas, dos paisanos de camisa y una mujer de mandilón permanecen sentados mirando a la montaña. O a su destino.

Parada junto a la fuente de los Arellales. Méndez y Alba descansando.

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Entre los helechos.

En la parte final, los helechos dominan la escena: Alba se hace paso entre la "selva".

Vuelta desde el destino. Alba, con Méndez al fondo, inicia el camino de vuelta desde la cascada.

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