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La Aventura

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Esta casa de las cercanías de Lugo no tiene especial encanto vista desde fuera: un edificio anodino con paredes pintadas de gris y tejado a dos aguas. Una calle vulgar, con escasos comercios y unos pocos árboles no identificados. Pasan por delante contados lugareños, vestidos siempre con la tradicional ropa negra o gris oscuro. Al cliente que se acerca le cuesta trabajo imaginar allí dentro nada extraordinario, tal vez unas patatas guisadas con carne o un lacón con grelos a lo sumo. El interior es tan austero como cualquier taberna del tiempo de Castelao: eso sí, manteles blancos impolutos y sillas de enea en buen estado. Paredes de un color que el tiempo ha vuelto indefinido y unos cuantos cuadros con grandes fotografías apaisadas de alguna ciudad portuaria americana, tal vez San Juan de Puerto Rico o acaso Buenos Aires desde el río de la Plata. Esas imágenes son lo más aventurero del lugar, podría pensarse. Pero no, la verdadera aventura comienza cuando el distraído mesero toma nota mentalmente de los platos demandados. Tres de caldo, una de carne batallón, una de pollo guisado y una de callos con garbanzos; una jarra de tinto de la tierra y otra de agua. Servidor de ustedes.

Al cabo de un buen rato vuelve con dos sopas de fideos, una enorme tortilla, dos huevos fritos con jamón y una botella de cerveza de tres cuartos, marca "Águila Negra". Lo reparte al azar entre los comensales de la mesa de la entrada y vuelve a decir: "Servidor de ustedes. Buen provecho". Los tres amigos se miran extrañados y de la mesa más cercana les llega lo que entienden como un mensaje: "Es la nota de la casa, siempre se olvidan de lo que se les ha pedido, pero no tienen empacho en servir lo que les es más cómodo. Todo el mundo lo acepta, porque saben que malo no va a estar, incluso a veces resulta mejor que lo que se hubiera solicitado".

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