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Todo por el baile

"Es una ventaja porque no se necesita pareja", afirma Amador Valdés, el organizador de la actividad

Amador Valdés, ayer, durante la clase de la plaza del Fresno. FERNANDO RODRÍGUEZ

"Las tres, las seis , las nueve, las doce. Es el baile del reloj", y comienza la coreografía. Podría tratarse de la primera canción de una fiesta de prao, pero con la "nueva normalidad" están prohibidas. Por eso, Amador Valdés ha hecho de las plazas de Oviedo su "nueva" pista, como ayer en la plaza del Fresno. "Es una ventaja porque no se necesita pareja", afirma.

El animador musical comienza la "bailoterapia" al ritmo de merengue. Se trata de una actividad orientada a ejercitar el cuerpo mediante el baile. Después, una bachata, previa pausa para beber agua porque necesita "gasolina". Cinco personas en la primera fila, cinco en la segunda y cinco en la tercera, a una distancia de dos metros y sin salirse de las marcas del suelo esperan expectantes. Detrás de las vallas azules que delimitan la actividad, más gente sigue el ritmo. El aforo está completo, tendrán que esperar otro día o quedarse en la barrera.

"Amador, dales caña que tienen frío", le gritan desde el público. Entonces, hace una práctica de la coreografía para que luego suene la música y todos bailen a tiempo. Algunos se retiran porque "lo bueno que tiene es que si te cansas, puedes parar, no dependes de nade". Pero la mayoría continúan, con una chaqueta y una mascarilla.

La filosofía que sigue la clase es la siguiente: cuando se entra, los problemas se quedan fuera. "Es sana, te ayuda a seguir el ritmo musical y sobre todo, es terapéutico", explica. Él lleva 25 años metido en el mundo de la danza. Procedente de Cerdeño, comenzó cuando tenía 16 "porque empezaron a impartirlo en un centro social", ríe porque 25 años más tarde sigue dando lecciones en ellos. Reconoce que ha pasado momentos duros: "Yo era delineante y lo dejé, después fui protésico dental y también lo abandoné. Tenía una vocación clara, y seguí adelante con ella", pero que también le ha dado lo mejor de su vida: "Conocí a mi mujer porque primero fue mi alumna y luego mi pareja de charlestone. Ahora tengo dos hijos, María, que hace ballet y flamenco, y Mateo, que estudia trombón", cuenta.

Esa pasión que muestra es la que después trasmite a sus alumnos, primero en los centros sociales y después, en la "bailoterapia" de la calle. Es el caso de Mari Nieves Coito Gutiérrez, que nunca había bailado hasta hace cinco años, cuando conoció a Amador y a su mujer, Laura López. Entonces, se apuntó a la actividad y, nunca lo ha dejado; si no puede ir a la clase que da el profesor en su centro, el de Santullano, va a otros en los que también imparte lecciones. "Para mí bailar es todo. Te da alegrías, te ayuda a desconectar y te hace sentirte más cerca de la gente", cuenta. Durante la cuarentena, siguió las clases de sus profesores desde casa. Pero prefiere la música celta de ayer en la plaza del Fresno, con la que se cerraba la sesión. "Punta, talón, paso , paso. ¡No es tan difícil! Y mañana, en el Mirador", recuerda el profesor.

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